El conocimiento en la era de la sobreinformación — María Dolores Ordóñez

Investigadora en formación IELAT.

La ardua tarea de producir conocimiento y tener una mirada crítica frente a todos los fenómenos que aquejan a nuestras sociedades actuales requiere de un esfuerzo constante que encuentra hoy en su camino un obstáculo adicional: la sobrecarga de informaciones emitidas por infinitos canales.

Esta arrolladora ola de datos a través de todos los medios masivos (televisión, internet, redes sociales) que toman la forma de noticias, entrevistas, artículos de opinión, incluso con pretensiones científicas, no hace más que sumirnos en confusiones, interpretaciones aleatorias de la realidad y finalmente, en distorsiones que pueden tener muy complicadas consecuencias en cuanto a mantener una ética del conocimiento.

Hoy más que nunca, la tarea del académico de las ciencias sociales y humanidades, además de ser prolijo con sus planteamientos críticos, su argumentación y sus fuentes, debe ser transparente, honesto y objetivo. Al mismo tiempo, debe demostrar habilidad para discernir, en sus análisis la calidad y la veracidad de la información que utilizará.

Esa meticulosidad tiene que multiplicarse y contribuir a abrir las mentes, generar capacidad crítica para que, a su vez, las sociedades se construyan con la posibilidad de ser más activas, más diligentes, más tolerantes, y menos conducidas por la ceguedad del odio y del oscurantismo.

¿Eso significa que el pensamiento tiene que quedarse en círculos cerrados y no utilizar los medios masivos por el riesgo de verse contaminado?

Al parecer, todo lo contrario. Esa búsqueda de calidad y valor crítico con argumentos de calidad son los que constantemente tienen que motivar la labor de la academia.  Los medios de comunicación de todo tipo, en este contexto, únicamente son los vehículos para difundir ese conocimiento a más gran escala.

En efecto, la academia no puede quedarse al margen de la época en la que vivimos. Aún si en ciertos ámbitos tiende a enclaustrarse pretendiendo mantener un cierto nivel científico no alcanzable para todos, a veces termina siendo muy inaccesible, perdiendo de vista su objetivo primordial: generar conocimiento para construir sociedades más justas y dignas.

En este contexto parece necesario fomentar unos espacios abiertos, plurales para la reflexión crítica con alto valor analítico, y qué mejor que utilizar los medios que están a nuestro alcance y que incluso pueden propender, si los orientamos oportunamente, a que más público pueda acceder a producir o recibir conocimiento.

La academia no puede ni debe ensimismarse sino adaptarse y utilizar a su favor las herramientas para cumplir con su misión de enseñanza, producción y transmisión del saber.

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