¿Cómo serán las universidades en 2041? — Pedro Pérez Herrero

Catedrático en la Universidad de Alcalá. Director del IELAT.

Desde hace tiempo se viene discutiendo qué universidades necesita el siglo XXI. Se han publicado muchos libros y artículos sobre este tema y disponemos de una cantidad importante de información, pero al día de la fecha seguimos teniendo más preguntas que respuestas. A continuación, se anotan unas breves reflexiones con la idea de iniciar un debate. Sólo se han tocado los temas considerados como los más relevantes, y se ha concentrado el análisis en las universidades públicas.

Lo primero que hay aclarar es que no hay una respuesta única a la pregunta de qué universidades necesita el siglo XXI, ya que existe una multiplicidad de variedad de centros educativos. Existen universidades públicas y privadas, religiosas y laicas, regionales, nacionales e internacionales. Cada ranking mide su eficiencia con unos valores propios diferentes, por lo que es complicado tener un mapa general de la calidad de todos centros educativos públicos a nivel internacional. Una universidad puede estar diseñada para ofrecer la preparación adecuada a los ciudadanos de su país para facilitarles el ascenso social; para servir de motor de desarrollo a una región; para favorecer la integración de diferentes colectivos socioculturales que conviven en una región con conflictos sociales; para fomentar áreas de conocimiento y proyectos de investigación que no se hubieran desarrollado en las universidades vecinas; para formar los especialistas que necesita el mercado de trabajo; para formar a los mayores jubilados que no pudieron estudiar cuando eran jóvenes; o para generar el pensamiento crítico que posibilite imaginar con libertad los distintos escenarios de futuro. Cada universidad puede cumplir al mismo tiempo varias finalidades. Cuando son financiadas por grupos de poder específicos pueden acabar convirtiéndose en centros de formación de cuadros.

La globalización y la fuerte movilidad poblacional, junto con la aparición de nuevas demandas formativas que den respuesta a las necesidades sociales, políticas, económicas, culturales, internacionales y medioambientales, han introducido modificaciones de calado en la educación superior en los últimos años. El problema es que, dada la profundidad y aceleración de los cambios, no sabemos bien qué perfiles deberán tener los especialistas dentro de 20 años, por lo que a menudo se está ofreciendo una formación anticuada. A su vez, las técnicas de aprendizaje han variado como resultado de la aceleración y abaratamiento de las comunicaciones, la robótica, el 5G, la computación, el Big Data, y un largo etc. Algunas universidades pretenden adaptarse a los cambios introduciendo nuevas tecnologías en el aprendizaje, u ofreciendo las clases en inglés, pero a menudo lo único que hacen es maquillar por poco tiempo sus deficiencias. Es muy importante saber qué técnicas pedagógicas hay que utilizar para facilitar el aprendizaje, pero mucho más es conocer qué es lo que se debe aprender y para qué.

Cada universidad tiene que definir qué funciones quiere tener, siendo consciente de los medios con lo que cuenta, a fin de poder competir con el resto de las universidades de su entorno. La formación en las áreas de conocimiento tecnológicas requiere de fuerte inversiones en maquinaria y laboratorios, mientras que la educación en Ciencias Sociales y Humanidades demanda más tiempo y mayor apoyo humano. Formar a un técnico es distinto que educar a un académico con espíritu crítico. Cada proceso educativo lleva su tiempo y los resultados no se pueden medir de la misma forma.

Recientemente, muchas universidades han apostado por la docencia on line por permitir ampliar sus ingresos por matrículas y reducir sus costes de producción. Este proceso se ha acelerado con la pandemia de la COVID-19. Hay que aclarar que dar las clases de forma sincrónica a través de una pantalla no es sinónimo de educación on line; y hay que subrayar que no todas las disciplinas soportan bien la docencia on line. La educación no se basa en transmitir únicamente información y memorizarla. Aprender una técnica es distinto que aprender a pensar. La formación humanística requiere de una formación más presencial en grupos pequeños durante períodos de tiempo largos para que los estudiantes puedan dialogar entres sí y con los docentes a fin de aprender a reflexionar y poder alcanzar un buen nivel de espíritu crítico.

Hasta hace poco se pensó que la expansión de los estudios on line era casi ilimitada y que todas las universidades se podrían favorecer por igual de esta nueva forma educativa. Pero la realidad ha comenzado a mostrar algunas evidencias. Dado que no todas las áreas de conocimiento se adecuan bien a la docencia on line, es probable que veamos en el corto plazo un reacomodo de las funciones docentes y de investigación de las universidades. A menudo se tiende a pensar que cada universidad debe aspirar a tener sus propios laboratorios, cada vez más sofisticados y caros de montar y mantener, pero la experiencia de la globalización está mostrando que puede ser más eficiente y barato que un laboratorio ofrezca sus servicios de prácticas a varias universidades al mismo tiempo. Con bastante regularidad se piensa que todas las universidades del mundo deben ser una réplica de las cinco mejores universidades del mundo (anglosajonas), lo cual es inexacto, pues no todas las universidades deben hacer lo mismo, ya que ni tienen los mismos medios, ni idénticos fines. Es necesario que las universidades públicas aprendan a trabajar en red para abaratar los costes de producción, maximizar sus recursos y optimizar sus resultados. No es lógico que en una misma región existan distintas universidades públicas compitiendo entre sí ofertando los mismos grados y posgrados.  Es probable que si en un futuro no muy lejano algunas universidades de excelencia oferten docencia on line a millones de estudiantes de todo el mundo, algunas universidades regionales de menor calidad que apuesten por la docencia on line desaparecerán. Pero es también presumible que algunas universidades con una visión inteligente, sabiendo que no pueden competir con estas universidades internacionales financiadas por grandes empresas como Amazon, Google, Apple o Facebook, pueden encontrar sus nichos de mercado si optan por ofertar estudios presenciales especializados en áreas de conocimiento que requieren potenciar el espíritu crítico y que por tanto necesitan trabajar con grupos reducidos de estudiantes y con una conexión cercana con sus docentes. La lógica del mercado seleccionará posteriormente qué estudiantes están mejor formados para cada actividad.

Las universidades deben conocer qué tipo de estudiantes están formando y para qué mercado laboral lo están haciendo. Para ello deberían hacer un estudio de qué y cuántos especialistas requerirá el mercado laboran en los siguientes años, pues de lo contario se puede acabar formando especialistas que una vez terminados sus estudios se ven obligados marcharse al extranjero por no encontrar trabajo en el donde se formaron. El resultado es que una universidad pública que recibe financiamiento de los contribuyentes del país acaba regalando profesionales altamente cualificados a otros países. Las notas de corte que se emplean habitualmente para seleccionar a los candidatos que entran en las universidades han demostrado ser un mecanismo poco eficiente para calcular el número de estudiantes que se necesita formar en cada área de conocimiento.

Sobre el precio de las matrículas que deben pagar las familias de los estudiantes que entran en las universidades públicas existe un amplio debate no resuelto adecuadamente. Algunos defienden que los estudiantes no tienen que pagar nada, mientras que otros plantean que tienen que cubrir al menos parte de sus costes para introducir incentivos. Un buen diseño de becas puede corregir algunas distorsiones, recordando siempre que hay familias que requieren becas para que sus hijos estudien y puedan ascender socialmente y otras no, pero lo que no se suele debatir es qué estudios se están financiando con el dinero público. Hay que evitar que con dinero público se esté formando a especialistas cuyo destino sea ir directamente al paro por no encajar con la demanda laboral, social, o cultural, ya que ello no solamente es improductivo en términos económicos, sino que además genera problemas sociales (marginados) y personales (depresiones).

Hasta hace un par de décadas las universidades se nutrían de jóvenes que se incorporaban a sus aulas para adquirir unas habilidades y competencias y posteriormente un porcentaje elevado de los egresados se insertaban en el mudo laboral. En la actualidad, este proceso ha cambiado. Para algunos ciudadanos las universidades se han convertido en un refugio ante la ausencia de puestos de trabajo por lo que alargan su etapa de estudios, mientras que aquellos que tuvieron la suerte de encontrar un empleo regresan a las aulas cada cierto tiempo durante períodos de tiempo para reciclar sus conocimientos. La universidad ha dejado de ser un centro educativo exclusivo para jóvenes, al haberse convertidos en un centro de aprendizaje permanente para diferentes colectivos en el que se entra y sale con regularidad. Ello ha hecho que a la formación clásica dividida en grados, master y doctorados se haya tenido que añadir cursos cortos de experto y especialista. Como resultado de todo ello, ha comenzado a cambiar el perfil de los docentes y los estudiantes. Algunos profesores universitarios siguen siendo funcionarios de carrera, mientras que otros son contratados temporalmente para ofrecer cursos cortos de su especialización en momentos precisos de sus vidas profesionales. Esto está teniendo consecuencias importantes, pues mientras que los segundos actualizan sus saberes y competencias permanentemente, los primeros se suelen quedar anquilosados por la falta de agilidad de adaptación de los sistemas universitarios existentes al no haberse primado los incentivos, ni haber favorecido su transformación y movilidad.

En suma, pensar la universidad del siglo XXI en un mundo global es tarea compleja. Lo que si vamos sabiendo es que las universidades del mañana se parecerán poco a las de hoy, y quizás más a las del pasado medieval y renacentista. No solo hay que repensar qué mecanismos de aprendizaje se deben potenciar (presencial, o line), sino además qué contenidos hay que ofrecer y cuáles deberán ser los perfiles de los docentes. No es sólo un problema de dinero como muchos analistas defienden. La división del saber en las disciplinas clásicas del conocimiento ya no es operativa, por lo que se debe potenciar el conocimiento interdisciplinar y el aprendizaje en redes internacionales. Las universidades tienen que adaptarse al mundo del siglo XXI. Las que lo hagan vivirán. Aquellas que se refugien nostálgicamente en sus formas de acción del pasado morirán. Darwin dixit.

Deja un comentario