En una entrevista reciente en La Jornada, el candidato presidencial del Movimiento de Regeneración Nacional (MORENA), Andrés Manuel López Obrador (AMLO), dijo, a la pregunta de si su movimiento es de izquierda, que es un frente amplio en donde si se habla de que el fin que nos une es “ser honestos y luchar por los débiles” entonces sí son de izquierda pero que si por izquierda se entienden otras cosas, y se remite a otras luchas, “a lo mejor estrictamente no es un movimiento de izquierda”.
En su tercer intento por acceder a la presidencia de la república, que se define este 1 de julio, el candidato de la alternancia como le llaman algunos, ha incluido entre sus colaboradores a políticos provenientes de otros partidos, así como a líderes sindicales otrora oficialistas, algunos de los cuales polemizaron en su contra, sobre todo en su etapa como Jefe de Gobierno del Distrito Federal (2000-2005), debido a sus posiciones progresistas. Además, AMLO competirá en alianza con el Partido Encuentro Social (PES), agrupación evangélica provida y con el Partido del Trabajo (PT), organización partidista con un discurso de izquierda, el cual ha sido acusado de ser negocio familiar y de haber sido beneficiado, en su tiempo, por el oficialismo para restarle votación a la que entonces fuera la principal fuerza de izquierda en el país, es decir, el Partido de la Revolución Democrática (PRD). Dicha coalición se denomina Juntos Haremos Historia.
El candidato ha sido acusado de populista por sus rivales, y dentro del embate mayor en contra del él y su movimiento, se encuentra el pragmatismo con el que ha incluido a antiguos detractores en su movimiento. AMLO, para un sector de la sociedad, sin embargo, representa la incertidumbre económica; las comparaciones no se han hecho esperar, como ya es usual en cualquier país con año electoral siempre que existe una poderosa opción progresista, y mirarse en el espejo de Venezuela fue al principio de las campañas una de las estrategias de desacreditación de López Obrador, se ha dicho que de ganar eso significaría un retroceso para el país.
Un retroceso en el sentido del quiebre que representaría su hipotética administración respecto de la continuidad político-económica que ha prevalecido en México desde finales de los años 80 del siglo pasado y que según el abandero de Juntos Haremos Historia ha sido el programa que ha disparado la desigualdad, fomentado la impunidad y producido unos brutales niveles de corrupción; situaciones presentes en todo el tejido social pero sobre todo acentuadas dentro del quehacer político y los políticos mexicanos de la elite: “la mafia del poder” como él les ha denominado.
Tanto el abanderado de la coalición Por México al Frente (PAN-PRD-MC), Ricardo Anaya como el de la alianza Todos por México (PRI-PVEM-PANAL), José Antonio Mead, segundo y tercer lugar de las preferencias electorales respectivamente, han insistido en que son candidatos de la continuidad y que AMLO representa un retroceso que incluso puede derivar en autoritarismo.
Lo cierto es que analizando las propuestas de AMLO y a la luz de la entrevista que hemos mencionado encontramos que el mal llamado radical, izquierdista, populista y de pensamientos económicamente atrasado que es López Obrador y su movimiento, más bien se parece y funciona como un catch-all party al estilo estadounidense que a una deriva de izquierda al estilo del chavismo venezolano de lo que también se le ha acusado.
Si esta es la propuesta más radical de la izquierda mexicana, estén tranquilos aquellos que piensen que el rumbo económico del país estará en entredicho, baste saber que en el sentido de las declaraciones y propuestas del líder de las encuestas, hay más un proyecto de centro que de izquierda, y la manera en que se definirán al interior de Morena los conflictos entre por ejemplo un ala izquierda radical y los miembros del PES será más bien cuestión de acuerdos y de llegar a soluciones moderadas.
Es un hecho que AMLO está marcando la agenda de la campaña presidencial, con echar un ojo a lo que se escribe en la prensa de forma cotidiana basta para entender esto. El ataque a la corrupción, otrora bandera unívoca del candidato de izquierda ahora es bandera de campaña de todos los candidatos. Con lo que compite López Obrador y lo que le da el valor agregado de estar al frente en las encuestas no es si es de izquierda o de derecha, pues un candidato como él que ha entrado en apuros cuando se le ha cuestionado sobre sus posturas sobre aborto y matrimonio igualitario no puede ser considerado del todo progresista, sino que compite contra las opciones que han decepcionado al electorado desde la alternancia en el año 2000, dos sexenios panista llenos de iniquidad y violencia, y la vuelta del “nuevo” PRI que será recordado, según una prominente politóloga, como el sexenio de la corrupción.
Los otros dos grandes temas del programa de López Obrador son el respeto y cabal establecimiento del Estado de derecho y la reducción de la desigualdad socioeconómica. Además, en su discurso pretende la puesta en reversa de la reforma energética y la revisión y posible cancelación del nuevo aeropuerto. Si eso llegara a ocurrir, será una victoria no para el radicalismo nacionalista de izquierda que no existe en AMLO por más que medios y detractores así lo quieran hacer pasar, sino que representará la implementación de un capitalismo social en un Estado social de derecho. Una serie de paquetes de políticas públicas orientadas al bienestar social local más que al marco macroeconómico, que tendrán que adecuarse a los compromisos que México tiene como nación ante el capital global, los poderes fácticos y Estados Unidos. Una postura al fin, en la cual la izquierda está más derechizada de lo que sus oponentes y detractores dicen acerca del modelo de país que AMLO representa.