Iª Reflexión. Introducción al desaliento — Pablo M. Testa

Necesitamos parar, tranquilizarnos un momento y realmente preguntarnos si nuestro interés es solucionar uno o varios problemas, o por el contrario tender a la derrota total de lo otro.

Estamos viviendo una regresión sin parangón a tiempos autoritarios, tremendamente intolerantes y muchas veces rayando los límites de la conceptualidad democrática. Quisiera hacer un pequeño repaso a diferentes episodios que muestran una aceleración de propuestas y pensamientos completamente antidemocráticos alimentados por la rabia y la frustración general a un estado-de-cosas que ha mermado y/o dilapidado nuestras expectativas como sociedad.

Por regla general, el estado-de-cosas gusta de generar una situación anormal, violenta, para después autojustificar medidas que las más de las veces resultan ser coercitivas, represivas, etc. Pasó con el aumento de medidas de seguridad tras los atentados del 11S. En este caso, nadie, realmente, se puso a exigir una solución del problema. Y el problema, aunque no es menester tratarlo en este artículo, deriva de una serie de comportamientos, acciones, omisiones, dejaciones, geopolíticos erróneos, tergiversados, intervencionistas, basado fundamentalmente en intereses. Sin embargo, pareciera que el ataque supone una ofensiva injustificada contra la inocencia, y evidentemente es claro que las personas que murieron el 11S eran inocentes; pero no tanto sus presidentes, sus agencias de inteligencia, su política exterior. Lejos de revisar el por qué (sea justo o injusto, justificado o no), simplemente la reacción es visceral por el agravio. Este ataque propicia un repliegue descomunal de las políticas de seguridad, mucho más restrictivas, mucho más agresivas… No tanto con el terrorismo en sí mismo, sino con la población en general. Decía, presumiblemente, Benjamin Franklin que quien renuncia a algo de libertad por su seguridad, no merecería ni la una ni la otra y acabaría perdiendo ambas.

Ciertamente, nuestro impulso vengativo, revanchista, «justiciero», es contraproducente pues esa emocionalidad es aprovechada por los carroñeros políticos. Digo carroñeros porque buscan aprovecharse de un sujeto político moribundo, tocado por situaciones tremendamente dolorosas, para utilizarlo como capital político no emancipatorio, sino, muy al contrario, dirigido contra la propia víctima.

De la misma forma actúa el Estado Español redactando unas normativas que perseguirían el supuesto enaltecimiento del terrorismo, pero que generan al tiempo un contexto propicio para, no ya perseguir posibles terroristas, sino acallar voces discordantes, fuera de lugar, expresiones mal sonantes, pero desde luego y siempre, contrarias al Régimen sancionador.

De ahí vemos todas las denuncias, imputaciones y condenas, que derivan de comentarios en Tuenti, Twitter, Facebook, etc. Es decir, una supuesta legislación que se dice de seguridad, con arreglo a las supuestas amenazas a la nación, que deviene finalmente en un encubrimiento del acoso y la persecución política.

De este modo también se actúa en el marco cultural. Igualmente relacionado con el anterior párrafo. Se trataría de plantear una ofensiva social por determinadas actuaciones o canciones, como pudieran ser las denuncias a conciertos de grupos como SA, Boikot, Reincidentes, Porretas, Los Chikos del Maiz, Arma X, Habeas Corpus, Berri Txarrak, Non Servium, y muchos otros, simplemente por sus ideas políticas y su postura social y comprometida.

La moda de la cancelación de conciertos/eventos por motivos políticos, pasó a un segundo plano. Ese plano en el que no se sabe ya dónde está uno porque la rueda sigue girando y sigue forzando que nuestra mirada se encuentre con el suelo y no con el horizonte. Todo el mundo ya conoce el escándalo que tuvieron que sufrir los famosos ya Titiriteros; las obras retiradas de ARCO o las condenas a Valtonyc, Hasel o el propio Strawberry que terminó por dar una Doctrina que ha venido aplicándose desde que lo persiguieron a él. Tampoco se salvó la sátira con persecuciones a Mongolia o El Jueves. Actualmente vivimos atónitos el proceso extraordinario que está sufriendo el actor Willy Toledo. En palabras de Santiago Segura, un actor que lleva siete años sin trabajar en el cine español básicamente por sus ideas políticas. Pero hoy se encuentra perseguido por blasfemar. Imagino que ese tribunal no querrá pasearse por el norte español, pues el «cagamiento» es ya una muletilla.

Lo extraño y extravagante es ver cómo la sociedad justifica de alguna manera esa persecución. No podemos confundir el buen gusto o el mal gusto, con judicialización de la cultura, de la libertad de expresión o de las ideas políticas.

De la misma manera ha ocurrido con el conflicto catalán. Una rarísima situación que ha ido produciendo en el español medio una reacción alérgica a la Democracia. Por varias razones, la primera por obviar el origen del conflicto (la retirada del Estatut de Catalunya); la segunda por despreciar otros sentimientos identitarios igual de válidos o legítimos que los propios; y en tercer lugar, por demostrar una ceguera democrática descomunal, en el hecho de que la Constitución Española permitiría a partidos independentistas presentarse a las elecciones, pero en ningún caso facilitaría su ejecución. Por lo que existiría una contradicción evidente entre el proceso electoral/promesa electoral, y el marco que básicamente responde con un «sí pero no».

Un nuevo empuje lamentable por su politización es el del rescate de la Prisión Permanente Revisable o la Pena de Muerte. Se ponen ejemplos duros, mediatizados, sin querer entender cómo funciona el Estado de Derecho Europeo y Español; sin querer ver qué tipos de delitos son, quiénes lo cometen, por qué, qué porcentaje representa, qué evidencias existirían en que un aumento de la pena supusiera una eliminación del mal… No hay intento o búsqueda de soluciones reales para evitar en todo lo posible que se cometan…Lo que hay en este y en otros casos es básicamente una lucha por la venganza, por el desahogo fácil, por la derrota sin contemplaciones, sin querer buscar los elementos fundacionales de lo que se critica.

Y ha llegado a su apogeo al despertar el monstruo racista. La muerte del senegalés Mmame Mbaye, la posterior indignación, los disturbios que le seguían no es más que una reproducción en chiquitito de lo que ya vivieron otras capitales europeas como París o Londres. ¿Para qué pensar en una solución al dilema, si es más fácil soltar enunciados tan «elocuentes» como: Que vuelvan a su país; Nos quitan el trabajo; Son unos delincuentes, y así un larguísimo etcétera?

Así todo ese compadreo con las posturas más restrictivas, reaccionarias, regresivas, autoritarias, no sirve para abordar el tema, para solucionarlo, para darle una respuesta realmente eficaz; tampoco para atacar aquello concreto que nos aflige, sino que coadyuva a que la misma represión sea exponencialmente extensible a toda la población.

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