El soft-power de la política exterior cubana: estelas en la Cumbre UE-CELAC ― Victoria Margarita Villarreal Lesmes

El soft-power de la política exterior cubana: estelas en la Cumbre UE-CELAC

Por Victoria Margarita Villarreal Lesmes

El soft-power (anglicismo que se traduce como poder suave o poder blando) fue un término introducido en la década de los 90 por Joseph Nye, geopolitólogo de la Universidad de Harvard. En el ámbito de las relaciones internacionales, el término ha servido para analizar la habilidad de un Estado para persuadir a otros sin recurrir a métodos violentos o coercitivos (dígase acciones militares, presiones económicas…) si no, más bien, medios sutiles como su modelo social, cultural o valores políticos.

Dentro de los países con mayor poder blando destacan potencias como los Estados Unidos de América, Francia, Reino Unido, Alemania y otros de la Unión Europea (1), esta última considerada también una potencia blanda por la defensa de valores políticos vinculados a la democracia y los derechos humanos. No obstante, hay quienes conciben al poder blando como una segunda cara del poder duro por considerar que, en realidad, se trata de insinuaciones que se respaldan por un poderío económico o militar, únicos incentivos a los que en realidad responden los actores internacionales (2). Sin embargo, de asumirse así, no podría explicarse el caso de Cuba, un país que, con once millones de población y un discreto PIB per cápita en el ranking mundial, ejerce un poder blando que no resulta proporcional, ni se respalda, por recursos económicos o militares.

El poder blando cubano se nutre de las simpatías de la izquierda mundial hacia las reivindicaciones socialistas y antimperialistas que levanta, a tan solo 90 millas, de un vecino poderoso cuyo diferendo reviste el simbolismo del David contra Goliat. De igual forma, se apoya en la emergencia de una diplomacia social orientada a la prestación de servicios de salud, educación, deporte, cultura, entre otros, que propicia el establecimiento de vínculos diplomáticos y el desarrollo de una imagen positiva sobre el país.(3) Así como, también, en los esfuerzos de su liderazgo para limitar las críticas al sistema y dotarle de legitimidad, más allá de sus fronteras, con el concurso de una potente red de diplomáticos, intelectuales, artistas, agentes, colaboradores y propagandistas. (4)

El desarrollo de la Cumbre UE-CELAC, desarrollada en la ciudad de Bruselas durante los días 17 y 18 de julio, constituye un escenario reciente donde pueden apreciarse estelas del soft-power cubano. Cabe contextualizar, que la presencia antillana en la reunión se confirmó en un contexto de tensiones políticas. El día 10 de julio, su ministro de Relaciones Exteriores, Bruno Rodríguez Parrilla, efectuó una denuncia pública a la Unión Europea. En sus imputaciones le reprochó ¨falta de transparencia¨ y ¨conducta manipuladora¨ en los preparativos de la reunión, que amenazaban ¨la posibilidad de alcanzar acuerdos finales¨ (5).  Las declaraciones, aunque no lo explicitaban, tenían de trasfondo la incomodidad de las autoridades cubanas por las críticas recibidas desde el Euro-parlamento. En el mes de junio, un grupo de eurodiputados trasladó a este foro ¨los abusos sistemáticos contra manifestantes, disidentes políticos, líderes religiosos, defensores de los derechos humanos y artistas independientes (…) las detenciones arbitrarias y restricciones abusivas a los movimientos y las comunicaciones, como arrestos y vigilancia domiciliarios, así como la tortura y los malos tratos perpetrados por el Gobierno cubano¨ (6), junto al cuestionamiento de si, en esas condiciones, era válida la participación de Cuba en la Cumbre.

A lo anterior, se sumaron cuestionamientos en torno a la eficacia del Acuerdo de Diálogo Político y Cooperación (ADPC) rubricado entre Cuba y la Unión Europea, instándose su suspensión a tenor de la cláusula democrática. De igual forma, por la visita a La Habana en el mes de mayo del Alto Comisionado Joseph Borrell, al que reprocharon contribuir al blanqueo del régimen. La aprobación el día 12 de julio de tales cuestionamientos a través de la ¨Resolución del Parlamento Europeo sobre el estado del Acuerdo de Diálogo Político y de Cooperación entre la UE y Cuba a la luz de la reciente visita del alto representante a la isla¨, resultó catalogada desde La Habana como ¨injerencista¨ y con ¨una fuerte carga ideológica por parte de un grupo de eurodiputados conservadores y de la extrema derecha, algunos con conocidos vínculos con políticos anticubanos en Estados Unidos, cuyo propósito es entorpecer el curso actual de las relaciones entre Cuba y la Unión Europea, basadas en el ADPC firmado por los 27 Estados miembros.¨ (7)

La posición de las autoridades cubanas resultó secundada por gobiernos aliados como el de Venezuela, y organizaciones sociales y movimientos de izquierda de Latinoamérica y Europa que se dieron cita en la Cumbre de los Pueblos, celebrada en paralelo a la de UE-CELAC. La Cumbre de los Pueblos arropó banderas de Cuba, lanzó vítores a sus dirigentes y reafirmó que ¨la dignidad del pueblo cubano es ejemplo para todas las naciones y partidos populares del mundo¨ (8) Por otro lado, durante el desarrollo de la Cumbre UE-CELAC, la petición que los eurodiputados dirigieron a los participantes de ¨que emitan una declaración en la que se exija el debido respeto de los derechos humanos en ambas regiones, prestando especial atención a la falta de respeto de la democracia y las libertades fundamentales en Cuba¨ (6) no encontró resonancia en el foro que, por el contrario, incorporó en su declaración final la condena a las sanciones extraterritoriales impuestas a la Isla desde los EE.UU y su inclusión en la lista de estados patrocinadores del terrorismo.

La consecución de apoyos internacionales en foros como la Organización de Naciones Unidas y más recientemente en la Cumbre UE-CELAC, constituyen una alta prioridad para la política internacional cubana. Si bien existen razones para condenar la regulación y protección de los derechos humanos al interior de la Isla, su postergación, e incluso negación, en gran parte de la comunidad internacional, constituye una estela visible y actual del soft-power cubano. Su rastro se evidencia en la atención que consigue hacia el diferendo Cuba-EE. UU que, por un lado, acrecienta su capital simbólico en sectores de la izquierda mientras, por otro, funge como chivo expiatorio frente a los graves problemas económicos, sociales y políticos que aquejan hoy día la realidad cubana. Un soft-power con tales características vuelve a rememorar la paradoja inicial de que el poder no siempre se corresponde con los recursos que lo respaldan y de que aquel con más recursos en la relación, no siempre obtiene los resultados que desea (9).

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