Últimamente México ha sido foco de noticias internacionales que los mexicanos leemos todos los días: la inseguridad en México es mundialmente conocida, pero en una semana salieron a la luz pública internacional la realidad de la violencia que coexiste con el Estado mexicano. Primero con la demostración del poder que el narcotráfico tiene en México al someter a las fuerzas militares del gobierno mexicano y exigir la liberación de Ovidio Guzmán López (hijo del narcotraficante Joaquín El Chapo Guzmán), para después evidenciar la forma en la que ha escalado la violencia en México a través de uno más de los asesinatos más violentos del 2019.
Con ese contexto, no sorprende que el gobierno de México, en una vertiginosa actuación diplomática y de política interna comenzada por la intervención de María Teresa Mercado, embajadora de México en Bolivia, aprovechara la situación de este país para darle al gobierno mexicano un respiro nacional e internacional; ya que, de esta manera, los problemas estructurales de gobernabilidad que enfrenta el gobierno mexicano pasaron a segundo plano y en lugar de hablar del año más violento que se ha vivido en México desde que el gobierno federal comenzó con los registros estadísticos en el año 1997 y/o del fraude en la designación de Rosario Piedra Ibarra como presidenta de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, se hable solamente de los aciertos o errores de México por haber recibido al hermano Evo.
Lo anterior, aunado a que, recibir a Evo Morales también puede ser aprovechado para recuperar un poco de la dignidad perdida por el sometimiento de México consecuencia de las amenazas comerciales del gobierno de Donald John Trump, hace que México trate de equilibrar la balanza aprovechándose de sus herramientas diplomáticas para mandar un mensaje de soberanía nacional.
En ese sentido, México hizo valer una de las herramientas históricas más sólidas que tiene, la diplomacia internacional, pues México, durante prácticamente todo el siglo XX tuvo una política de asilo muy activa. Por ello, retomar esa tradición, perdida un poco desde los años 90, fue una de las salidas más fáciles para cambiar los focos de atención y poner un freno a la precepción evidente de pérdida de soberanía nacional ante el cumplimiento por parte del gobierno mexicano de las exigencias de los Estados Unidos de América, sin que involucrara, hasta ahora, un costo político evidente.
Desde el poeta y revolucionario José Martí en 1875, pasando por León Trotsky, Luis Buñuel, Fidel Castro, Rigoberta Menchú, la familia de Salvador Allende y los más de más de 25,000 españoles entre los años de 1939 y 1942, hasta el último asilo durante el año 2009 (Manuel Zelaya, entonces presidente de Honduras depuesto en un golpe de Estado); México ha contabilizado asilo político tanto de figurantes provenientes de gobiernos de izquierda, como de derecha y ahora ha tocado personificar la continuidad de esta historia a Evo Morales.
Por tal motivo, el asilo y refugio de carácter humanitario que ofrece el gobierno mexicano se ve justificado no solo en la retórica del testimonio de este caso en particular, sino en la propia historia de México a través de la apertura de sus embajadas a distintos actores políticos perseguidos
¿Refugiado o asilado político?
Cabe señalar que, a partir del año 2000 la figura de asilo contemplada por el marco jurídico mexicano desde los años 20 fue ampliada con la incorporación de la figura de refugio político, en donde ahora son consideradas dentro de las situaciones que llevan a otorgar esta figura razones inherentes al género, religión, violencia generalizada, violencia en el hogar y/o cuestiones étnicas.
Evo Morales ha llegado a México con la condición de asilado político, sin embargo, ya en territorio mexicano tiene la opción de optar por la condición de refugiado. Esto es importante debido a que, una vez recibida la solicitud, se le garantiza al interesado la no devolución a su país de origen o al lugar en donde su vida, seguridad, libertad y/o integridad física se encuentren en peligro de imposible reparación.
Epílogo
La acción del gobierno de Andrés Manuel López Obrador no fue más que una decisión cuyas consecuencias están acostumbrados a lidiar, pues la cuarta transformación de México desde hace tiempo se ha caracterizando por polarizar a cualquiera que se involucre con su gobierno. Nuevamente nos encontramos ante una situación, ahora de carácter diplomático, en donde aquel que no está de acuerdo con la decisión de haber acogido a Evo Morales, automáticamente se convierte en el enemigo que está en contra del cambio que México necesita.
El gobierno de México nuevamente olvida que existen muchos méxicos y su responsabilidad es crear y promover las condiciones para que en ese México quepan y puedan escucharse todos ellos y no solo los que estén de acuerdo con sus ideas.