José Fernando Ayala López (*)
Cuando esto se escribe, han pasado 5 semanas desde las elecciones federales del 2 de junio. En aquellos comicios, además de elegir a la presidenta de la república, se votó por la renovación de las cámaras de senadores y diputados: 500 diputados y 128 senadores. En el mismo proceso también concurrieron elecciones locales en las cuales se definieron 9 ejecutivos estatales (incluyendo el de la neurálgica cdmx), congresos locales y ayuntamientos. En total se eligieron 20,708 cargos, siendo, sin lugar a dudas, el proceso electoral más grande en la historia del país
Más allá de la numeralia, quedan los resultados políticos del proceso, en estos se destaca la forma avasallante con la que ganó la candidata del oficialista partido Movimiento de Regeneración Nacional (MORENA), Dra. Claudia Sheinbaum Pardo. Con el 59% de los votos para su causa, Sheinbaum obtuvo una victoria 31 puntos porcentuales por encima de la candidata más cercana Xóchitl Gálvez, abanderada de una coalición de derecha. En el contexto mexicano y para dimensionar el panorama, obsérvese que el actual presidente obtuvo en 2018 el 53% de la votación, y en las dos elecciones presidenciales previas, las de 2012 y 2006, la diferencia entre el ganador y el segundo lugar fue de apenas 6.6% y 0.58% respectivamente
Para algunos analistas de vieja alcurnia (una buena síntesis de sus críticas y posturas se encuentra aquí), lo que sucedió no solo fue inesperado por la diferencia abismal entre el primero y el segundo lugar, recordando que el sistema presidencialista mexicano elije a una vuelta y por mayoría relativa, sino que evocó la vieja manera, en la que el viejo PRI, en las viejas elecciones, de un viejo régimen, ganaba: con “carro completo”. Esto significa que prácticamente sin complicaciones obtenía mayoría calificada[1] en ambas cámaras, pudiendo modificar la constitución y hacer reformas sin necesidad de acuerdos con otras fuerzas políticas.
Por ello, muchas luces rojas han sido encendidas desde la oligarquía que controla el país económica y mediáticamente, una élite que había apostado a la despolitización de la ciudadanía por décadas y que, sin embargo, se ha topado con una creciente conciencia ciudadana construida a través de un discurso populista muy efectivo que ha sacado a las clases populares de su ostracismo político impuesto. También hay que decir que desde donde más se le votó a Sheinbaum fue desde la clase media urbana ilustrada, e incluso en las clases altas obtuvo la victoria. Pero la alerta viene de aquellos que han observado la realidad coyunturalmente y que arguyen que una mayoría tan aplastante de MORENA en las cámaras, en las gubernaturas y en los congresos estatales le dará a la presidenta un poder sin contrapesos e implicará una hegemonía tal del partido en el poder que se reestablecerá el viejo autoritarismo priísta, que prácticamente dominó la vida política mexicana durante el siglo XX. Una “regresión autoritaria” le llaman estrambótica, espectacular e irresponsablemente.
Olvidan que aquel régimen que superamos como sociedad apenas en la última década del siglo pasado, también estaba basado en condiciones estructurales socio-históricas de carácter tanto nacional como de orden mundial; un contexto que no existe más y se basaba en un partido hegemónico en el marco de un sistema electoral no competitivo (Sartori, 1976), algo que en toda su claridad no es lo que dio como resultado las pasadas elecciones. Esto se convierte en un discurso de miedo difundido por los grandes medios, tradicionales y nuevos, pero que cada vez apela menos al sector de la población mayoritario, los más de 50 millones de pobres, que vieron y “sintieron” que después de décadas de abandono el gobierno condujo políticas públicas orientadas a combatir este rezago (5.1 millones de personas han salido de la pobreza, el salario se ha incrementado en 110% y la pobreza laboral tiene su mínimo histórico 31%).
Otro discurso recurrente de la oposición, alejada irremediablemente del pueblo que dice querer ayudar, y que explica en gran medida su catastrófica derrota, fue el que denotaba el asistencialismo de los programas sociales como un gran generador de votos para MORENA, sin el menor raciocinio ni entendimiento de lo que una política pública redistributiva es. Parecieran no haberse enterado de que en los países que admiran, como la propia España por ejemplo, este tipo de programas existen y funcionan como un derecho, un derecho social criticado por estar dirigido a los que menos tienen.
Las consecuencias esperadas del pasado proceso electoral, desde mi perspectiva, son una profundización de la política hecha los últimos 6 años, pero con un cambio de mando, lo cual resulta muy significativo por el perfil científico-académico de quien será la primera mujer en la máxima magistratura del país. Los retos son grandísimos puesto que corrupción e impunidad campean a sus anchas en contraste con lo que se informa oficialmente. Sheinbaum tendrá que gobernar sí, con una fuerza que no tuvieron los últimos cuatro presidentes, pero tendrá que moderar y usar este poder, con voluntad política e inteligencia, para construir un país más justo social y económicamente hablando. La oposición tendrá que recomponerse del terremoto electoral que supusieron las pasadas elecciones, es necesaria fuerte y con claridad de rumbo e ideas, pero lo tendrá que hacer interpelando a las clases populares, como el resultado más palpable de una suerte de victoria cultural del actual régimen.
[1] En el legislativo mexicano existen tres tipos de mayorías: relativa, absoluta y calificada. La mayoría calificada la obtiene el partido o coalición que obtiene las dos terceras partes de los escaños, 333 para el caso de los diputados y 85 para el de los senadores.
(*) Instituto Michoacano de Ciencias de la Educación y miembro adscrito al IELAT