La crisis del covid-19 ha exigido que nuestras sociedades enfrenten decisiones fundamentales sobre el tipo de economía que queremos “reconstruir”. Sumada a la crisis financiera de 2007-2008 y a la crisis del cambio climático, la actual crisis de la pandemia del coronavirus ha suscitado preguntas fundamentales sobre la naturaleza de nuestra economía y de nuestra sociedad.
Muchas de las políticas aplicadas durante los últimos 40 años hoy son incapaces de mejorar los resultados económicos y sociales de la forma que lo prometieron en su día. Ahora, nuestros países, nuestros gobiernos, nuestras sociedades se enfrentan a un conjunto de “tendencias” que conllevan una urgente e importante necesidad de “cambios”, las cuales expongo a continuación.
La primera tendencia y la más importante es la aceleración del cambio climático como consecuencia del calentamiento global. Para mantener el aumento de la temperatura media de la superficie del planeta en 1,5 °C, se deben reducir las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero aproximadamente a la mitad de aquí a 2030, y alcanzar 0 emisiones netas de carbono en torno al año 2050. Este objetivo debería ser una vía para reducir rápidamente las emisiones de gases de efecto invernadero y la degradación del medio ambiente, compatible con la prevención de daños catastróficos y con el fin de alcanzar un nivel estable y saludable de servicios ecosistémicos.
Esta será una transformación de proporciones sin precedentes, que también requerirá hacer frente a la pérdida de biodiversidad, degradación del suelo y contaminación. Las conclusiones de COP26 cumbre del clima de Glasgow 2021 fueron que las actividades humanas han provocado alrededor de 1,1 °C del calentamiento global hasta la fecha y, según el último informe IPCC, con las actuales políticas de descarbonización, no solo no se logrará alcanzar el 1,5 °C, sino que incluso se prevé que podemos aumentar a un 2,7°C la temperatura del planeta para 2050. Aunque el cambio climático es el principal problema, también lo es la deforestación, la pérdida de biodiversidad, los plásticos en el océano, la contaminación… Por ello, el cuidado de la biosfera es lo más importante, porque es la única que tenemos. La naturaleza es resiliente, sobre todo si la ayudamos.
La segunda es la transición energética que supone un mayúsculo y delicado reto para la humanidad. De cómo seamos capaces de hacerla depende nuestro futuro como especie. La hoja de ruta que dice que vamos a eliminar los combustibles fósiles en 2050 supone una fantasía para científicos como Vaclav Smil, quien asegura que «vivimos en un sistema irracional y la Tierra no puede soportarlo. Al menos que se invente una energía milagrosa, tendríamos que reducir deliberadamente nuestro nivel de vida. Es imposible que todos los habitantes del planeta vivan como los de un barrio acomodado de Los Ángeles”. Algo que ya adelantó el Club de Roma (tuve el honor de pertenecer y ser ponente en la Conferencia de Punta del Este, 1991) en su célebre primer informe ‘Más Allá de los Límites del Crecimiento, 1972’, cuyas conclusiones actualizadas en 1992, 2002 y 2012 reafirmaron lo que se indicaba en el primero: “Si el actual incremento de la población mundial, la industrialización, la contaminación, la producción de alimentos y la explotación de los recursos naturales se mantiene sin variación, se alcanzarán los límites absolutos de crecimiento en la Tierra durante los próximos 100 años”.
La tercera es la desigualdad, concebida esta como una reducción de la brecha entre los ingresos de los más ricos y los más pobres; la mejora del bienestar y las oportunidades de las personas que sistemáticamente se ven desfavorecidas, como los miembros de minorías étnicas, los discapacitados y las comunidades geográficamente más desfavorecidas. Si no se encuentra la solución de la manera más justa, los desequilibrios que no resultan ni deseables ni apetecibles fomentan tensiones y enfrentamientos entre bloques económicos y sociales antagónicos. Ahora, la desaceleración de la economía mundial, la inseguridad alimentaria, el cambio climático y la transición energética extienden la desigualdad, en tanto que la riqueza se concentra todavía más. En consecuencia, el 10% de la población detenta el 76% de la riqueza de todo el planeta y el 50% más pobre cuenta con el 2%. América Latina es, junto con el norte de África y Oriente Medio (MENA), las regiones con más desigualdades de todo el mundo, donde el 10% de la población ostenta el 58% de la riqueza, frente al 55 % de Latinoamérica y el 45,5% en Estados Unidos. Europa sigue siendo la región con la menor desigualdad, ya que el 10% de la población tiene el 36% de la riqueza (Laboratorio de las Desigualdades Mundiales, diciembre 2021).
En palabras de S. M. la Reina en su discurso por el 75º aniversario de UNICEF Desafíos para la infancia en la era post Covid-19, refiriéndose a la desigualdad, expresaba: “No tiene tan solo que ver con una cuestión económica, tiene que ver también con la voluntad de todos. La voluntad de sociedades como la nuestra que tienen los recursos para poder cambiar esta realidad. Y tiene que ver con una pregunta muy simple: ¿en qué tipo de sociedad queremos vivir?”.
La cuarta es la enorme aceleración tecnológica, que está alterando y transformando muchos aspectos de nuestras economías y modificando el número, el tipo de empleos y la manera en la cual se organiza el trabajo. Otra consideración es que las empresas multinacionales han crecido y avanzan hasta alcanzar posiciones de dominio, situación que se agudiza en el sector “tecnológico”, donde el poder de mercado de las grandes compañías tecnológicas, que han acuñado el acrónimo de GAFA (Google, Apple, Facebook —ahora META— y Amazon) o GAFAM, si se incluye Microsoft. Aunque ya eran poderosas antes de la pandemia, ahora lo son aún más, pues gran parte de nuestra vida cotidiana se mueve en “línea” y esto favorece su expansión y revalorización bursátil.
La quinta es lo que tiene que ver con los nuevos patrones de la globalización a medida que las grandes empresas multinacionales reconfiguran sus complejas redes de producción y cadenas de suministro a los efectos de hacerlas menos dependientes de la producción china. Este el caso de Europa, que no puede permitirse ser tan vulnerable, lo cual exige que las empresas relocalicen su producción o la acerquen a zonas próximas. Por lo cual, se impone invertir en el desarrollo de las capacidades industriales, como lo reconoce la ambiciosa ley europea de chips, cuyo objetivo es asegurar el suministro europeo de microchips mediante políticas internas adecuadas para que los ciudadanos ganen bienestar y seguridad (Tendencias mundiales hasta 2030: ¿Puede la Unión Europea hacer frente a los retos que tiene por delante?).
La sexta es el cambio demográfico debido al envejecimiento de las sociedades, que hace cuestionar la capacidad de la población activa para mantener a la población que ha sobrepasado la edad de trabajar. La crisis demográfica ya es una realidad y en 2050, según la ONU, una de cada seis personas tendrá más de 65 años. Esto significa que, a final del siglo XXI, el 16% de la población habrá envejecido. El envejecimiento se hace evidente en las economías desarrolladas, aunque el déficit demográfico está presente en China y llegando a América Latina. Para la humanidad, podría significar que la población se estabilizará en la mayor parte del mundo, suponiendo una fuerza trabajadora más pequeña, pero con mayores recursos, que tendrá la gran responsabilidad de aumentar la productividad, evitando el retroceso de una economía envejecida.
La séptima es el metaverso que lidera Mark Zuckerberg, fundador de Facebook (META actualmente). Un universo digital que funcionaría exactamente como un mundo paralelo a nuestra realidad y que multiplica las posibilidades de interacción entre los humanos y las máquinas. Según Zuckerberg, en él podremos socializarnos, trabajar e, incluso, ganar dinero. Una experiencia de realidad virtual que recuerda a la película de Steven Spielberg ‘Ready Player One’ y que, por llamativa que pueda parecer, añade (si cabe) más conflicto al reto de gestionar los datos personales. Pareciese que hemos llegado a un momento decisivo, puesto que, si los datos son el nuevo petróleo, el nuevo aire u oxígeno, qué nos jugamos con ellos. Por un lado, el riesgo de poner a la gente en contra de lo que en su día fue aclamado como la gran fuente para el equilibrio social y la democracia, y como un importante transmisor de información veraz. Mientras que, por otro lado, la proliferación de datos presenta una oportunidad fantástica para estimular el crecimiento a través de la eficiencia y la innovación. Actualmente, la aceleración tecnológica ocurre más allá del perímetro de la empresa: cambios en el comportamiento de los consumidores, cambios de los competidores, cambios económicos, culturales, sociales o geopolíticos, y solo por citar algunos.
La octava es la geopolítica, es decir, la lucha por el poder. La ganancia de poder de China, las posturas de Rusia respecto a la Unión Europea y Estados Unidos, las desavenencias (a nivel político, social, cultural, territorial) y el aumento de la polarización son responsables de cada vez un mayor ruido de espadas que no deja de resonar en el mundo. Para afrontar los retos del futuro, resulta prioritario abandonar las diferencias y centrar lo esfuerzos en intereses comunes al plano internacional. Precisamente, António Guterres, secretario general de las Naciones Unidas, declaró a principios de 2020 que “las tensiones geopolíticas están en el máximo nivel de este siglo y la turbulencia sigue escalando, lo que lleva a más países a tomar decisiones imprevistas con consecuencias impredecibles y un profundo riesgo de falta de cálculo”.
Un ejemplo se encuentra en la guerra tecnológica que protagonizan Oriente y Occidente, que enfrenta a las BATX, acrónimo de las cuatro mayores empresas tecnológicas chinas (Baidu, Alibaba, Tencent y Xiaomi) que compiten desde hace años al más alto nivel con la hegemonía empresarial y tecnológica occidental. A las BATX se suman otras como Huawei (telefonía móvil), DiDi (taxis), SenseTime (inteligencia artificial) o ByteDance (propietaria de TikTok), que ya dominan el sudeste asiático y buscan globalizar sus redes penetrando en los mercados occidentales. En esta lucha de poderes, las GAFA como las BATX comparten el mismo objetivo, dominar todos los mercados digitales para monopolizar medios y contenidos globalmente, lo cual se convierte en un asunto de alta trascendencia económica, social y geopolítica.
La novena es que la mayoría de la población activa mundial no está cubierta por programas de pensiones, suponiendo que una gran parte pueda verse en la pobreza durante su vejez. La falta de una cobertura de pensión más completa se convertirá en un problema cada vez mayor a medida que se alargan la esperanza de vida y disminuya la unidad familiar tradicional, que anteriormente proporcionaba protección en la vejez. Solo en los países desarrollados, donde la esperanza de vida es más larga, la mayoría de los trabajadores cuentan con una jubilación y unas coberturas sociales y sanitarias razonables. La extensión de los programas de pensiones a los demás países en desarrollo sigue siendo una tarea que, de no solucionarse, se hará cada vez más difícil e insostenible y no solo desde el lado económico, sino también del humano.
La décima es establecer un nuevo consenso sobre el papel y nivel de participación del Estado en la economía. Los liberales y conservadores prefieren mercados imperfectos con la menor regulación y fiscalmente cuentas equilibradas, mientras que los socialdemócratas y progresistas son partidarios de mayor regulación para neutralizar las imperfecciones del mercado, siendo flexibles en cuanto a los desequilibrios fiscales. La dificultad del consenso, su rasgo distintivo, es conseguir el equilibrio y el beneficio mutuo entre los intereses privados y públicos para capturar las oportunidades identificando las tendencias de largo plazo para desarrollar y potenciar los marcos académicos, intelectuales y profesionales desde nuevos parámetros. Esto se debe aplicar tanto a los formuladores de políticas públicas como a empresarios y empresas.
La décima primera es establecer un nuevo “pacto social”. Ya desde la anterior crisis de 2007-2008, se hace patente un crítico malestar en los ciudadanos, desde las capas de población más débiles, hasta las clases medias, que han comprobado cómo su nivel de bienestar y horizontes de prosperidad desaparecen y no ven posible a corto y medio plazo recuperarlo, comprobando con temor el futuro de sus hijos, una vez que el ascensor social se ha frenado en Europa y EEUU. La capacidad de la economía de mercado para estimular la iniciativa privada y la asunción de riesgo, y de ordenar de forma eficiente las decisiones económicas, es un generador de riqueza extraordinario. Además, cuando la política lo regula adecuadamente, se garantiza una gran cohesión social. Ahora, la finalidad es favorecer ese reencuentro y armonía entre economía y política. Y a los que creemos en ello nos corresponde, más que a nadie, comprometernos en ese nuevo pacto social. Porque la distancia social que media entre el capitalismo del siglo XIX y el actual es inmensa, pero debe ser aún mayor y el pacto social lo hace posible.
La décima segunda es frenar las grietas que presenta la “democracia liberal”, al tiempo de fortalecerla y potenciarla, siendo primordial la unión y el apoyo sin fisuras de los ciudadanos frente a proclamas de regímenes autoritarios que se constituyen como rivales al igual que lo fueron los regímenes comunistas y fascistas durante buena parte del siglo XX. Durante la era moderna, y en particular los dos últimos siglos, hemos vivido en la mayoría de los países occidentales bajo una filosofía política conocida como “liberalismo”, cuyos principios esenciales son la democracia política, las limitaciones del poder del Gobierno, el desarrollo de los derechos humanos universales, la igualdad ante la ley para todos los ciudadanos, la libertad de expresión, el respeto a los valores de la diversidad y la evidencia científica y la razón, la separación de poderes entre la Iglesia y el Estado y la libertad de religión.
Esta posición filosófica es compatible con un amplio abanico de posturas políticas, económicas y sociales, tanto de izquierdas o progresistas como de derechas o conservadoras. El liberalismo filosófico se opone a movimientos autoritarios de todo tipo, sean de derecha o de izquierda, y sean seculares o teocráticos. Este liberalismo se puede entender como un terreno común, un marco de referencia para la resolución de conflictos en el que personas con diferentes ideas y puntos de vista pueden debatir racionalmente las opciones de las políticas públicas. Sin embargo, estamos en un momento histórico en el que este liberalismo y la modernidad que se encuentra en el corazón de la civilización occidental están amenazados por el progresismo trasnacional (John Fonte) y el posmodernismo (‘Los peligros de la moralidad’, 2021).
Para hacer frente a todas estas amenazas, como a otras no incluidas, es necesario repensar muchos de los planteamientos que han dominado la formulación de políticas públicas en las economías de mercado durante los últimos 40 años. Hacerlo implicará el desarrollo de una nueva concepción del avance económico y social que conlleve una comprensión más profunda de la relación entre crecimiento, bienestar humano, reducción de las desigualdades, sostenibilidad medioambiental y geopolítica.
También será esencial desarrollar nuevos marcos de referencia, de teoría y de análisis económico. Necesitamos nuevos conocimientos y evidencias más ricas sobre el funcionamiento de las economías con especial atención a la digital, así como nuevos instrumentos y técnicas que ayuden a los responsables de la formulación de políticas públicas en su labor. Así mismo, será necesario diseñar e implementar un conjunto más amplio de reformas políticas e institucionales basadas en los nuevos marcos de referencia, de teoría y análisis económico para lograr lo que identificamos como “objetivos esenciales”.
Los objetivos esenciales pueden agruparse, al menos, en cuatro grandes bloques: i) conseguir la sostenibilidad medioambiental cumpliendo lo acordado en la cumbre del clima de Glasgow 2021, para conseguir reducir rápidamente las emisiones de gases de efecto invernadero y la degradación del medio ambiente, compatible con la prevención de daños catastróficos; ii) conseguir un nivel estable y saludable, entendidos en términos de la mejora de los niveles de satisfacción de vida de las personas, y un incremento del sentido de mejora de la calidad de vida y de la condición de la sociedad en su conjunto; iii) conseguir la disminución de la desigualdad, concebida como una reducción de la brecha entre los ingresos y la riqueza de los grupos más ricos y los más pobres de la sociedad, el descenso de las tasas de pobreza y extrema pobreza mediante una mejora del bienestar, incrementar los ingresos y las oportunidades de las personas que sistemáticamente se ven desfavorecidas, como grupos de mujeres vulnerables, miembros de minorías étnicas, personas discapacitadas y de comunidades geográficamente más desfavorecidas, y iv) conseguir una mayor resiliencia de la economía, entendida como la capacidad para soportar impactos financieros, medioambientales o de otra índole sin causar efectos catastróficos que afecten al planeta.
Como manifestábamos al principio, la crisis del covid-19 ha exigido que nuestras sociedades enfrenten decisiones fundamentales sobre el tipo de economía que queremos “reconstruir”. En la actualidad, existen los conocimientos en el ámbito académico de los cuales se pueden extraer las soluciones para contestar a la pregunta de S. M. la Reina: «¿En qué tipo de sociedad queremos vivir?».
Lectores y amigos todos, les deseo que pasen unas felices fiestas y todo lo mejor para el 2022.
*Ramón Casilda Béjar. Profesor del IEB e investigador en el IELAT, Universidad de Alcalá. Autor de ‘Capitalismo Next Generation. Empresario y Empresa en el mundo post Covid-19’. Editorial Tirant Lo Blanch. Valencia, 2021.