Es economista, doctorando en la Universidad de Buenos Aires (UBA) y la Universidad de Alcalá de Henares (UAH); trabaja como investigador en la consultora Equilibra, en el Centro de Estudio de Estado y Sociedad (Cedes) y en el Instituto Interdisciplinario de Economía Política (IIEP-UBA); es docente de Macroeconomía 2 en la UBA
Gabriel Palazzo dice que “el tema principal” que hoy complica a la Argentina es el “estancamiento”, la falta de crecimiento y de creación de empleo. Ese escenario que “se acumula hace más de una década” y que pone en evidencia las debilidades macroeconómicas de la Argentina. Según el economista, investigador de la consultora Equilibra, del IIEP-UBA y del Cedes, resolver temas estructurales como la inflación y la cuestión cambiaria, que va de la mano de lo fiscal, es indispensable para diagramar políticas de desarrollo.
–¿Cuáles son hoy los problemas centrales de la Argentina?
–Es algo que me carcome la cabeza. Hay una idea de que la Argentina tiene problemas particulares y distintos a los de otras economías, que no se pueden resolver de forma sencilla y, por lo tanto, que lo que es verdad para todos los países no funciona para la Argentina. Pero si bien es cierto que cada economía tiene sus particularidades y diferencias, en otras cosas se parecen entre sí. Y mientras que otras economías han podido solucionar sus dificultades, la Argentina no. Está empantanada en temas que no puede resolver y eso viene desde hace tiempo. Si se les pregunta a historiadores económicos, hay distintas fechas: desde hace 30, 40 o 70 años. Cada uno tiene un contrafáctico distinto para ver dónde empezó el declive.
–¿Y cuál es tu visión?
–En 2011 hubo un nuevo punto de quiebre. El país venía creciendo más o menos con la región, de forma fuerte, y ese año se estancó, mientras que otros siguen creciendo. Si el país acumula muchos quiebres es porque hay temas profundos que no se logran resolver. Siempre puede haber algo de mala suerte, como una sequía, o determinadas políticas que no dieron resultado, pero cuando eso es muy repetido, hay que preguntarse por qué. Los economistas solemos pensar con modelos que son simplificaciones, y solemos asumir que la gente es más o menos racional, incluyendo al gobierno. Si continuamente se toman medidas que no dan resultados, tiene que haber algo de economía política detrás que hacen que tomemos las medidas que tomamos, que después no dan resultado y cada vez la salida se vuelve más difícil aún.
–¿Por ejemplo?
–En algún punto es raro o difícil de justificar que nos quejemos de un tarifazo cuando antes atrasamos las tarifas, o que nos quejemos de una devaluación cuando antes se atrasó el tipo de cambio. Un tarifazo es recesivo e impopular, pero el punto es no llegar a esa situación, evitarlo y no generar el problema antes.
–¿Cuáles son esos pasos?
–La Argentina debería lograr que la macroeconomía sea aburrida, que pase totalmente inadvertida para la gente, y así evitar tener una crisis constante o estar pendientes de que va a haber devaluación porque antes se generó una situación de apreciación insostenible. Y una vez que eso ocurra, ocuparse de políticas productivas y sociales. El país no debe buscar la épica de lograr el desarrollo en solo uno o dos mandatos. La forma de destrabar el desarrollo es con políticas precisas, eficientes y evaluadas. Y hay un problema con la brecha, con la inflación, con la deuda no acordada con el FMI y con las tarifas de servicios públicos, cada vez más atrasadas. Hay problemas macroeconómicos por todos lados y las variables están bastante desarticuladas. Es difícil en este contexto elaborar y pensar las políticas productivas y sociales necesarias.
–¿Qué efecto puede tener el acuerdo con el FMI?
–Tiene un aspecto positivo, ya que puede despejar dudas en cuanto a la deuda, no tendrías en el horizonte de corto plazo una carga de deuda tan alta y te daría cierta perspectiva de estabilidad en cuanto a lo fiscal. El nivel del tipo de cambio hoy no está muy atrasado, pero tenés la brecha y las perspectivas de que continuará un sendero de apreciación real. Para unificarse, el oficial va a pegar un salto, y ese salto va a ser menor, estabilizándose en un nivel por debajo del actual si hay un horizonte previsible de confianza. La pregunta es de cuánto es ese salto, y la diferencia es la consistencia del plan macro general que tengas, y dentro de ese plan, la parte monetaria y fiscal. En la Argentina, en general domina la parte fiscal. Si uno plantea un plan de consolidación fiscal que el mercado toma como sostenible en el mediano y largo plazo, ese salto cambiario para una unificación será menor. La estabilidad macroeconómica debería considerarse un bien público que el gobierno debe proveer.
–¿En qué sentido?
–En economía, hay un montón de agentes que tienen que tomar decisiones en un contexto de incertidumbre, y si se agrega incertidumbre desde el Gobierno, se hace todavía más difícil y aparecen conductas de más corto plazo, defensivas, para proteger al máximo posible los ahorros o generar ganancias inmediatas. Entonces, si hay brecha, en vez de hacer una inversión, adelanto importaciones porque más tarde se van a encarecer, y así tengo una ganancia de capital. Hay que trabajar en dar previsibilidad. En la negociación con el FMI hay que plantear una postura, intentar sacar las condiciones más convenientes, pero hay una cuestión que no debería estar más en duda, y es que vamos a acordar, porque un escenario de no acuerdo es contraproducente.
–¿Qué efectos negativos puede generar?
–La incertidumbre del panorama macro de 2022 y 2023 en adelante la estamos viendo. El riesgo país que tiene la Argentina es demasiado alto. Y eso, ¿es razonable? Si se pudieran despejar las dudas sobre el futuro, no parece sensato, y eso impacta en la brecha cambiaria del 85%. El tipo de cambio paralelo en la Argentina es extremadamente alto si se lo evalúa en términos comerciales. La brecha muestra algo de que no hay credibilidad de qué va a pasar con la política macroeconómica, y por eso la decisión de refugiarse en dólares, en el lugar donde me dejes comprar. Si baja el riesgo país, esa brecha se reduce. Generar confianza facilita resolver esa brecha cambiaria.
–¿Y tiene el Gobierno herramientas para generarla?
–Eso no tiene una respuesta concreta, pero sí es concreto el no poner más dudas, meter el dedo en la llaga y cuestionar cosas. Si toda la coalición oficialista dijera al unísono que está de acuerdo en que el tema de la deuda es un problema, que más allá de la historia que se quiere contar hay voluntad de resolverla, es un paso. El runrún se genera cuando empieza a haber dudas. Al que lo ve de afuera le llama la atención, porque sin acuerdo con el FMI la situación económica no mejoraría, sería más frágil, y las chances electorales de la coalición gobernante en las próximas elecciones serían menores. Cuando Lula asumió su primera presidencia en Brasil había dudas, pero rápidamente en los primeros meses fue despejándolas y tomó medidas que sobreactuaron la ortodoxia y calmaron al mercado. También, a eso creo que apuntaban inicialmente Alberto Fernández y Martín Guzmán, pero llegó el coronavirus que desorganizó todo. Hay una duda razonable de qué hubiera pasado sin la pandemia.
–¿Cómo evalúas el resultado de las PASO en cuanto a la reacción del Gobierno?
–Las decisiones del Gobierno al día de hoy son inciertas. Lo deseable es que alguien con la cabeza fría en el oficialismo convenza al resto de que no pueden hipotecar el 2022 y 2023 para intentar descontar algunos puntos de acá a noviembre. Esto les conviene a ellos pensando en 2023 y nos conviene en todos. Hoy no hay mucho margen para forzar a la macroeconomía. El riesgo de que aumente la nominalidad y la inflación no es menor. Sin embargo, no estoy seguro de que lo deseable sea lo más probable. Ahí hay incertidumbre y la respuesta es más política que económica.
–¿Qué hay detrás de la inflación? ¿Cómo se la puede atacar?
–De a poco, la Argentina tiene que consolidar un plan de desinflación, y lo primero que tiene que lograrse es poner a los precios relativos de una forma sostenible en un nivel sostenible. Esto quiere decir dejar de tener brecha y llegar a un tipo de cambio único en un nivel que sea sostenible, que no tiene por qué estar lejos del valor del oficial hoy. El otro precio importante son las tarifas de los servicios públicos. Y con eso hay que ver la cuestión de los salarios, porque no es deseable que sigan bajando. Pero algo que es importante es que el plan de desinflación siempre va a depender del bicho inflacionario que está enfrente, y no es lo mismo desinflacionar en una economía del 30% o 40% anual que en otra de 100%.
–¿Cómo es esa diferencia?
–Cuando se pasa cierto umbral de inflación anual, lo que tienden a hacer las personas o empresas es buscar mecanismos para cubrirse, y como es difícil estar reabriendo negociaciones con tu jefe o con los clientes, se buscan mecanismos automáticos, y más o menos la economía encuentra formas de lidiar con el conflicto que genera el cambio de precios. Eso termina generando que los contratos se acorten. La inercia inflacionaria, en vez de ser una cosa de mirar el año pasado, empieza a ser qué pasó hace seis, tres meses, o, incluso, un mes. Esto genera dos cuestiones particulares, que son un riesgo y una ventaja. El riesgo es que cualquier shock que tengas se mete en inercia y pasás a un nivel de inflación más alto, y eso es muy negativo. Lo positivo es que en los casos de alta inflación, si uno logra frenar por un trimestre o por un mes una variable clave que es la que guía el proceso inflacionario, todo el proceso se frena rápido. Eso pasa en los regímenes de alta inflación y, en esos casos la variable guía es el tipo de cambio.
–¿Es viable eso en la Argentina?
–En nuestro caso, todavía la inercia es bastante larga, con ajustes paritarios que son semestrales o que recién empiezan a acortarse, y eso hace que no sea fácil bajar la inflación de golpe. Si se usa el ancla cambiaria, pero todavía hay muchos rubros que deben aumentar y sigue habiendo inflación por un tiempo porque van a querer recuperar “lo que le deben”, entonces el tipo de cambio puede quedar apreciado si se lo utiliza como ancla y volverse insostenible. Desinflar rápidamente hoy es difícil, e intentarlo puede generar una nueva crisis cambiaria, porque si sale mal, salta el tipo de cambio, hay más inflación y en el medio perdiste reservas.
–¿Qué rol tiene la cuestión fiscal?
–Es fundamental. Dos economistas muy conocidos, Dornbush y Simonsen, hicieron un trabajo sobre el tema, y plantearon que los planes de estabilización que no proponen ningún ajuste fiscal son poetas, porque sin ajuste no termina pasando la desinflación. La consolidación fiscal es algo fundamental. Y significa que sea sostenible. No quiere decir necesariamente tener superávit, pero sí que puedas demostrar que lo podes financiar sin entrar en problemas de deuda. Eso es fundamental que lo haga la Argentina. Cuando tenés déficit, te dejan de prestar y tenés que recurrir al financiamiento monetario; en la Argentina las chances de que tengas presión sobre el tipo de cambio son altas y ahí tenés el paso a precios. Ese es el mecanismo por el cual tener déficit fiscal elevado te juega en contra.