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Las deep crisis de las sociedades occidentales del siglo XXI en tiempos de pandemia
En la actualidad parece muy difícil encontrar a alguien que no reconozca que vivimos en perpetua crisis. Es algo que se ha popularizado. Ante dicha percepción, constantemente vemos en los medios de comunicación soluciones parche para problemas estructurales. En los últimos meses, la vacuna se ha señalado e identificado como la gran solución a todos nuestros problemas (la zanahoria a seguir), pero son muchos los especialistas que nos advierten de algo menos popular y es que las pandemias parecen haber llegado para quedarse. Nuestro habitual modo de vida se ha visto alterado, y con ello también la habitual praxis política que posibilitaba todo ello. Las sociedades de consumo y placer son parte de la cultura del siglo XXI o, en otras palabras, las sociedades de hedonismo de consumo del siglo XXI. Nuestros problemas en el trabajo y personales, así como nuestras aspiraciones y sueños se han visto, como mínimo, trastocados por la contingencia pandémica. Le echamos la culpa al virus, cuando en realidad el problema es político; y cuando la política (institucional; de partidos políticos) no parece terminar responder a nuestras viejas y nuevas necesidades, nos abrazamos a la embriaguez. Evidentemente esto no es parte de algo nuevo. No estamos diciendo nada nuevo. La sociedad de consumo, de embriaguez e inconsciente de la historicidad de nuestro presente no es algo nuevo. Lo que sucede es que ahora, en la actualidad, todo se ha acelerado incluso más de lo que muchos pensábamos en un principio, cuando todo comenzó. Por esta razón hablaremos de deep crisis, y en plural, ya que nos hemos podido percatar del hondo alcance de las mismas, así como de sus múltiples ramificaciones que adolecen las sociedades contemporáneas.
La aceleración de los viejos problemas a raíz de la pandemia ha ahondado en estos y, al mismo tiempo, todo ello ha generado otros nuevos como consecuencia de dicha profundización. Viejos y nuevos problemas que van demasiado deprisa tanto para la praxis política como para los partidos políticos (para unos más que otros).Las crisis parecen haber fracturado nuestra sociedad para siempre, sin posibilidad de retorno. A su vez, la posibilidad de no retorno a un pasado idealizado (nuestras rutinas, nuestro frágil equilibrio) ha dinamitado los horizontes de resiliencia emocional que nos dictaban y recetaban muchas veces psicólogos, educadores y políticos. Sin nuestro frágil equilibrio diario, soportable para muchos y acostumbrados a ello por una suerte de inercia, nos vemos sometidos a una ruptura como individuos en una sociedad ya quebrada hace tiempo, es decir, la herida hecha sobre otra herida. Ante ello, la solución que tenemos a mano son las drogas legales (lexatin, orfidal, prozac, diazepam,etc.),pasando de ser una sociedad quebrada a una sociedad quebrada y drogada que se percata aun menos de lo que sucede y acontece ante nosotros. Son drogas que permiten que un individuo se despierte por la mañana (una pastilla), se mantenga en pie durante el día(otra pastilla) y logre dormirse por la noche(otra pastilla). El alcohol parece que ya no es suficiente ante la habitual necesidad de su sociabilización (bares, restaurantes, ocio nocturno), y las drogas ilegales (marihuana, cocaína, heroína, etc.) son menos accesibles que antes(cuarentenas, toques de queda, distancia de seguridad, etc.). La anestesia social no es inminente, sino que ya está aquí.
La deep crisis ha ahondado también en la política actual, que ya no seduce, al menos no como antes. Si bien es sabido de que la denominada desafección política era un fenómeno patente en la sociedad contemporánea, y bien estudiado desde finales del siglo XX hasta nuestros días, no deja de ser “la punta iceberg”. El problema es que el concepto “política” era y es entendido exclusivamente como el ejercicio del poder por parte delas instituciones (representatividad política),así como del acercamiento y confianza social hacia los partidos políticos que ejercen dicho poder. Toda esta situación ha provocado, además de hartazgo, una aparente “polarización social” como consecuencia de un no-análisis de los problemas del presente de dicha política. La gente quiere respuestas, soluciones inmediatas para problemas no inmediatos, y ante ello se han dejado llevar por el marketing político. Los discursos de los políticos parecen sera hora el foco central del problema, pero no nos percatamos de que la sociedad en su conjunto no interpela las causales estructurales de sus problemas (trabajo, educación, sanidad, etc.), unas causas que se sitúan más allá de la comunicación política. Y no hacemos esa interpelación porque no hay tiempo, y la inmediatez parece haberse vuelto neurótica. La aceleración pandémica ha precipitado, a su vez ,nuestra impaciencia social como consecuencia de que los viejos problemas políticos nunca terminaron de solucionarse del todo, provocando así otros nuevos que han agravado aún más nuestra contingencia política actual.
Por otro lado, las utopías que nos sedujeron en el pasado en la actualidad les cuesta despejarse del presente y, por lo tanto, han perdido su fuerza. Serán, pues, utopías inútiles, dada su incapacidad de hacernos pensar e identificarnos con ideales prospectivos. La distopía ya está aquí, sobre todo si lo pensamos en retrospectiva, ya que no parece que logremos superar esta deep crisis. Una distopía pensada como la antagonista de la utopía liberal, ya que la libertad, la igualdad y la solidaridad están en tela de juicio, y el contexto pandémico únicamente lo ha acelerado todo. El liberalismo se ha diluido bajo una banal significación de la libertad, ya que no es pensado ni en solidaridad ni en igualdad. Los teóricos liberales del siglo XIX se hubieran rasgado las vestiduras y precipitado hacia el vacío ante tal panorama.
Por extensión a lo anteriormente mencionado, esta deep crisis ha afectado también a una cuestión que interviene a las ideologías y a la percepción de las mismas. La ideología en la actualidad a menudo se confunde con dogmatismo ideológico, y las personas prefieren esconder sus percepciones políticas ante una potencial e inminente discusión que provoque, a su vez, nuestra patente incapacidad de analizar el presente y de distinguir la causa de la consecuencia. Paralelamente a ello, el (mal) diagnóstico tradicional de la ciencia política acerca de nuestra baja participación política (entendida como votar) y/o el alejamiento hacia la misma (entendida como la desconfianza hacia los políticos; el desconocimiento y/o desinterés del acaecer y de la contingencia institucional) se ha asociado también a las percepciones que normalmente tenemos de lo ideológico o de las ideologías. Como decimos, la pandemia lo ha acelerado todo como consecuencia de viejos problemas políticos que han generado otros nuevos. Pues bien, aquí la deep crisis ha penetrado aún más en un viejo diagnóstico sobre muchos de nosotros, algo que los politólogos denominan como “polarización política”. Entonces, y volviendo a la cuestión de las ideologías, poseer una ideología será sinónimo de sectarismo, o de pertenencia de algún tipo de dogma, cuasi doctrina o, incluso, de un partido político. En este sentido entendemos que ideología se distingue y puede diferenciarse de aquella polarización política que diagnostica la ciencia política, es decir, entre polarización entre políticos. Todo ello habría profundizado en nuestro popular rechazo a poseer ideas propias(como individuos, colectivos, sociedades);en ideas complejas para pensar nuestro presente y, por qué no, nuestro futuro. Por lo tanto, entendemos que realmente no estamos ante una polarización política ni social de las personas sino, más bien, ante una polarización del discurso político, entendido este como el discurso de los políticos(debates parlamentarios, campañas electorales, etc.). De esta manera, que haya polarización entre políticos no debería significar que exista una polarización entre individuos, colectivos o sociedades. Como decimos, la deep crisis ha ahondado aún más en las viejas problemáticas, siendo esta una de ellas. Entonces, las consecuencias de la aceleración de dicho problema parecen haber generado mayor crispación, indignación e incertidumbre tanto en nuestra percepción de aquella política (partidos políticos, praxis política), como de mayor confusión e inseguridad por nuestra parte para pensar ideas en libertad, al creer que ello nos llevará a ser sectarios o doctrinarios. Es un pez que se muerde la cola y que, en la actualidad, se está devorando a sí mismo.
Pero el problema es aún mayor, ya que antes de la pandemia eran muy pocos los que cuestionaban a médicos, científicos o especialistas. Si bien existían algunos indicios de ello (terraplanistas, conspiranoicos, etc.), podríamos decir que nunca lo hemos visto como en la actualidad (cuestionamiento de los tratamientos médicos, medidas sanitarias, vacunas, etc.). Pero no es algo exclusivo del ámbito sanitario, sino más amplio, yaque abarca la confianza social en el saber científico (en mayúsculas). Aquí entran desde las Ciencias Sociales, pasando por las sanitarias hasta llegar a la Física olas matemáticas. El saber científico, fundamentado habitualmente en el positivismo lógico, se ha visto socialmente en tela de juicio cada vez más. Esto último, sobre todo en la rabiosa actualidad, se tornará fundamental, ya que la gente suele tener una noción absoluta y objetivista del saber científico. Si bien antes habíamos hablado de las crisis de las utopías(están ausentes o ya no son efectivas como antes), podríamos decir que parte dicho problema es la percepción social positivista que se tiene del saber científico. Uno de los baluartes del positivismo será la creencia (filosófica) de que se pueden llegar a verdades universales (axiomas, verdades absolutas) a través del saber científico (metodología científica). Habitualmente esto lo entendemos como objetividad, y cuando decimos que esto o aquello es objetivo, entonces es cierto(irrefutable) y, por lo tanto, estará desprovisto, al mismo tiempo, de cualquier emoción, sentimiento o tergiversación proveniente del sujeto (interpretación del individuo). Entonces, dicha percepción general de las cosas(positivista), sumado a la gran ola de incertidumbre que ha traído consigo la pandemia, ha generado mayor frustración social, así como una mayor desafección por las ideas y por las utopías, ya que ni siquiera podemos apoyarnos en certezas irrefutables, entre ellas las sanitarias.
Podríamos decir que “la verdad” (en términos absolutos)en tiempos de deep crisis también ha perdido fuerza. Los absolutos y el criterio objetivo(objetivista)ya no logran los efectos de antaño. La rama de la sociología que se encarga de “medir la realidad” a través de estadísticas y encuestas político-sociales (estudios cuantitativos) no ha desaparecido y, es más, está en auge. Los medios de comunicación con frecuencia acuden a ella como herramienta que les permite ser objetivos, ya que las encuestas y las estadísticas producen datos objetivables. Al respecto diremos que a menudo nos olvidamos de que lo objetivo tiene que ver con señalar un objeto, lo cual dependerá de un sujeto. De esta manera, si somos objetivos seremos intrínsecamente subjetivos, ya que es el sujeto quien señala, identifica(observación) o construye (investigación) al objeto. Así pues, estos datos estadísticos y provenientes de encuestas deberán ser tomados por lo que son: encuestas y estadísticas basadas en una metodología específica, bajo un determinado prisma teórico y limitado en base unas fuentes primarias concretas (en este caso, normalmente las personas). Con esto no decimos que todo ello sea algo pernicioso per se. Lo que estamos señalando simplemente es que debemos ser conscientes de los alcances del saber científico, nada más; que en él existen más disensos que consensos, y de que el futuro del saber o pensamiento científico depende y dependerá de la calidad de nuestras preguntas, de la profundidad del problema abordado, así como del interés por conocer lo que sucede, ha sucedido y sucederá.
Sin embargo, los que no somos esencialistas deberíamos de estar de enhorabuena, pero lo cierto es que nos hemos percatado de que una sociedad que se basa en absolutos, si ya no lo son o está en crisis (muerte o agonía de la diosa razón), su proceso de destrucción se torna en una posible realidad (distopía acelerada). Pero también podemos ser menos apocalípticos, ya que toda crisis o muerte, aunque sea profunda o difícil, puede posibilitar nuevos escenarios de cambio o transformación política y social. Es por ello por lo que serán fundamentales las ideas hoy más que nunca, ya que son las ideas las que cambian el mundo.
En conclusión, detectamos un problema que no solo afecta a la actual práctica (neo) liberal o capitalista, sino también en el aparente no-futuro. Siendo algo irónicos, pareciera que la pausa y la calma son la verdadera utopía, ya que estas se han ligado a un futuro idealizado y que, por lo tanto, no son parte de algo transferible al presente inmediato. Sin la pausa y la calma necesarias no lograremos ver con claridad que la libertad sin igualdad, ni solidaridad (utopía liberal) han terminado por colapsar a sociedades cada vez más empobrecidas, pero no solo en términos materiales, sino además intelectuales. Pero también una cosa lleva a la otra. Cuando nos cuesta a llegar a fin de mes es más difícil saber distinguir qué es lo que te ha llevado a esa dura realidad, es decir, lograr distinguir las causas de las consecuencias. Entonces, es ahí donde la inmediatez neurótica se apodera de nosotros y, en consecuencia, seremos presa fácil del itinerario analítico cortoplacista. Por lo tanto, es una batalla doble, es decir, combatir nuestras necesidades básicas para poder combatir otras, y viceversa. Por esta razón, nos apoyamos en la idea de quela solución pueda estar en nosotros, en nuestras ideas propias, en utopías populares construidas no como de costumbre (de arriba hacia abajo), sino de abajo hacia arriba.
Será utópico, o no, pensar entonces que las sociedades del futuro lograrán en algún momento generar la crítica necesaria para pensar un mundo plural y diverso más justo y digno. De lo contrario, y de no cumplirse algo parecido, caeremos en la trampa tautológica de indignarnos una y otra vez por nuestras desgracias sin saber ni interesarnos colectivamente de los porqués de las cosas.