Durante la campaña presidencial brasileña del 2018, un candidato se jactó de no poseer conocimientos básicos sobre Economía. Un orgullo inusual en un país que exigía la recuperación de una grave crisis que afectó, principalmente, los estratos más pobres de la población. Elementos básicos para la vida se han convertido inalcanzables para un número cada vez más grande de personas después del golpe del 2016. Por ejemplo, en el inicio de 2019, cerca de la quinta parte de las familias ocupaban leña en el preparo de los alimentos, frente a la imposibilidad de comprar bombonas de gas con precios en constante ascensión. El desempleo, los subempleos y las actividades económicas informales se suman en un cuadro asombroso que ha durado años.
Entre los partidarios del candidato que subiría la rampa del Palacio del Planalto en 2019, la ignorancia encuanto a la economía podría ser dirimida por la indicación de un gurú del liberalismo. Estudiante de la Universidad de Chicago durante la década de 1970 gracias a una beca proporcionada por el Consejo Nacional de Desarrollo Científico y Tecnológico (CNPq – institución pública de fomento a la investigación), Paulo Guedes asumió la pose de economista sabe-todo para la campaña de Jair Bolsonaro. Durante la disputa, fue apodado “Puesto Ipiranga”, en alusión a una pieza publicitaria de la marca de puestos de combustibles. Mientras el candidato al Planalto se esquivó de contestar a las indagaciones de periodistas y electores, la responsabilidad por los postulados económicos de un futuro gobierno cayó sobre Guedes. En efecto, el plan de gobierno de Jair Bolsonaro se aprovechó de expresiones de moda y de objetivos grandilocuentes para la hegemonía defensora del liberalismo salvaje del capitalismo tardío: reducir el déficit fiscal; equilibrar las cuentas públicas; disminuir la hoja de pagos; privatizar activos; reducir la deuda del gobierno; reformar la seguridad social, sustituyendo el modelo solidario de repartición por lo de capitalización; reformar el sistema tributario, disminuyendo la carga de tributos; corroer la legislación laboral; abrir los mercados nacionales hacia el capital extranjero y promover la productividad brasileña. Según la propuesta, al alcanzar estos objetivos, sería posible proporcionar mejor calidad de vida a los ciudadanos brasileños, poniendo el país en la vía de un “camino de la prosperidad”. Sin embargo, se percibió una brecha material entre los objetivos, los métodos adoptados y la mejoría de las vidas de millones de personas.
Tras ser electo, el gobierno siguió la cartilla ultraliberalizadora. Atendió empresarios y terratenientes y despreció las demandas del resto de la población. Entre los proyectos económicos de Guedes y Bolsonaro están la privatización de bienes y empresas públicas, la reducción de beneficios sociales, cortes sucesivos en los presupuestos de áreas como educación y salud, destitución de derechos laborales. Es primordialmente una agenda de destrucción, que suele pauperizar a la población y agravar la desigualdad en el país.
La perversidad material de los planes económicos del gobierno de Jair Bolsonaro es complementada por el escarnio de las declaraciones del mandatario y sus acólitos. Aún en 2018, el indicado para el Ministerio de la Economía destrató una periodista argentina que le preguntara sobre el futuro del Mercosur. Después, repitiendo el discurso de su jefe, Guedes ofendió Brigitte Macron, recurriendo a la vulgaridad para burlarse. Apoyando la controversia del diputado federal Eduardo Bolsonaro, afirmó que no debería haber sorpresa en el caso de que fueran oídos clamores por la reedición de un Acto Institucional nº 5, el mismo que convirtió la dictadura militar aún más violenta en 1968 con restricciones de libertades civiles y derechos fundamentales. En los casos más recientes, nombró los servidores públicos como “parásitos” y afirmó que la “fiesta demasiada” de trabajadoras domésticas viajando al exterior se acabara.
El ministro sigue el comportamiento de la pandilla bolsonarista de no ser responsable para con la población, lavando las manos frente a los efectos de la política económica liberalizadora en un país con enormes tasas de desigualdad y vultuoso déficit de seguridad social. La retórica corriente más usada por él y sus compañeros en el desmonte de la limitada estructura brasileña es de que si las reformas fueran aprobadas por el Congreso Nacional, el país volvería a prosperar. Este es un saludo vigoroso hacia la agenda de desreglamentación en curso que comprende la reforma laboral (aprobada en el 2018), la reforma de la seguridad social que prometía “ahorrar” un trillón de reales a los cofres públicos (aprobada en el 2019) y la reforma tributaria (que intenta cambiar el pacto federativo).
En ningún momento de la defensa de esas pautas, hubo la indicación de una política macroeconómica coherente, aunque neoliberal. El actual gobierno brasileño se exime repetidamente de cualquier responsabilidad sobre la conducción del país y deja la tambaleante economía flotando en el viento.
Otro factor de impacto reciente fue la elevación del Dólar frente al Real: en marzo, la moneda americana ultrapasó los R$ 5,00, llegando a la más alta cotización de la historia de la moneda brasileña. La oscilación bursátil de negociación internacional impactada por la difusión de la COVID-19 generó tumulto en el mercado financiero e hizo con que la Bovespa tuviera tres circuit breakers en la primera parte de la mañana de un jueves. El mecanismo es accionado automáticamente para frenar devaluaciones abruptas. Sí que es verdad que la agitación internacional afecta de manera muy significativa al mercado brasileño, por su alta dependencia exportadora, sin embargo, el Real fue la cuarta moneda que más perdió valor frente al Dólar en 2019, cuando no había ni señales del nuevo coronavírus. El silencio del vocal equipo económico es ensordecedor en este tema.
Otro dato alarmante muestra el descaso de Guedes con la conducción del país: el resultado del Producto Interno Bruto (PIB) del 2019 fue pobre y desmitificó la idea de que había algún gano real en la economía productiva. Con 1,1% de crecimiento, el PIB está al borde de la estagnación y registró la primera caída de la exportación en cinco años. Una vez más, Guedes entregó la culpa a las manos de la población y se eximió de cualquier responsabilidad. La respuesta más contundente del gobierno fue la performance de un humorista en el lugar del presidente de la República, retrucando groseramente a los periodistas. Igualmente desastrosa fue la defensa ante la existencia de un PIB Privado – algo nunca registrado en cualquier vocabulario de la Economía –, pretensamente en ascensión. El gobierno intenta disfrazar sus fracasos inventando absurdos.
El descaso del equipo económico con la sobrevivencia de las personas parece no encontrar ningún freno moral o intelectual. Después de la semana de crisis aguda, incluso apoyadores de políticas ultraliberales (como diputados del Partido Nuevo) han señalado que es necesaria una interferencia contundente del gobierno, y el mayor pronunciamiento del autodenominado Chicago Boy fue decir que la responsabilidad de la devaluación de la moneda “es de todos nosotros”.
La elocuencia del ministro para improperios y perjuicios de clase no es la misma para la definición y la ejecución de políticas económicas coherentes para la recuperación económica de familias brasileñas desabastecidas, con poder de compra esfacelado y desempleo pujante.
Ahora bien, con el impacto contundente de la COVID-19, el equipo económico decidió perjudicar aún más la camada más vulnerable de los brasileños. Mientras en Francia el liberal Macron amnistió las cuentas de agua y gas, y el Congreso estadunidense amplió la cobertura de licencias remuneradas, aunque de forma limitada, Paulo Guedes propuso un paquete más de maldades con en el envío en una Medida Provisoria que autorizaría los patrones cortaren los salarios por la mitad. En medio de la crisis de la salud, 158 mil familias fueron excluidas del Bolsa Familia y la Coordenação de Aperfeiçoamento de Pessoal de Nível Superior (CAPES) realizó un corte más de becas de investigación, incluyendo sectores estratégicos para el combate de la pandemia.
Ese catastrófico escenario penaliza a la población brasileña cada vez más sin descanso y el gobierno parece ampliar los castigos. Mientras Paulo Guedes se propone a seguir con afinco los preceptos liberalizadores para la economía brasileña, se niega a observar a la realidad tangible, ignora el sufrimiento de la población nacional pobre y disimula gobernar Pasárgada, mientras el rey, su amigo, continua a comportarse como un tonto. Como una equilibrista de paraguas, la esperanza puede surgir, aunque tímida, de la instabilidad política y económica que deriva de la aplicación fiel de una propuesta liberal desordenada por los mandatarios que ocupan el Planalto hace más de un año. A nosotros cabe, ordenados, fortalecer la oposición a ese proyecto de destruición y de empobrecimiento, tensionando aún más las fisuras ya aparentes en los pilares que sostienen el gobierno.