Chile, la caja de pandora abierta en octubre de 2019 — Pablo A. Guerrero Oñate

El malestar y eclosión popular que tiene a Chile en estado de emergencia desde el 18 de octubre de 2019 es el resultado de un proceso de acumulación intenso del descontento experimentado en los últimos 30 años y que, difícilmente, puede ser desacreditado o desmentido. Son miles los que a diario se reúnen en los distintos centros neurálgicos y emblemáticos de Santiago, Valparaíso, Concepción, La Serena, Puerto Montt por mencionar algunas urbes, que marchan pacíficamente exigiendo la atención de las autoridades y el cumplimiento del mandato que establece el Art. 1º de nuestra Carta Fundamental: “El Estado está al servicio de la persona humana y su finalidad es promover el bien común, para lo cual, debe contribuir a crear las condiciones sociales que permitan a todos y a cada uno de los integrantes de la comunidad nacional su mayor realización espiritual y material posible…”. Sin embargo, la respuesta de parte del gobierno de Sebastián Piñera ha sido reprender policial y militarmente a aquellos que estigmatiza como violentistas, vándalos, desalmados y delincuentes organizados, solo por cubrir sus rostros y encapucharse como los zapatistas, para hacer oír sus voces y protegerse de los gases lacrimógenos que les arrojan indiscriminadamente.

La acción colectiva inicial, destinada a evadir y mostrar el descontento con el alza de la tarifa del metro de Santiago, se transformó en una rebelión de la sociedad civil en contra de los mecanismos de mercado que han manejado el sistema educativo, social, financiero, previsional, de salud y transporte desde la implementación del modelo neoliberal por parte de la dictadura del general Pinochet en la década de 1970, que por lo demás ha naturalizado los privilegios, evasiones y robos multimillonarias que han efectuado los grandes conglomerados económicos y militares del país, como el bullado caso de la colusión de los pollos, del papel tissue, de las cadenas de farmacias o bien, los casos de Penta, SQM, y los así llamados “Pacogate” y “Milicogate”.

Hoy 22 de octubre, a 4 días del estallido social iniciado en la capital y que tiene ahora a todo el país unido, la clase política de manera transversal ha ignorado el fondo de las demandas, para centrar su atención en los actos de violencia y forma en que la ciudadanía se ha levantado para hacerse escuchar, creando la estructura de oportunidades para que el movimiento social se desarrollara y creara la primera gran protesta política y social transversal en edad, clase social y nivel académico de los últimos 29 años de democracia neoliberal.

Esta última, está siendo remecida por un país que ha dicho basta a los abusos; a las omisiones de los distintos gobiernos de izquierda y derecha; a las bajas pensiones de un sistema de capitalización individual tan nefasto, que únicamente 9 países más en el mundo lo comparten; a un sistema de salud privado que tiene a miles de compatriotas sumidos en enormes deudas crediticias para poder financiar tratamientos a enfermedades que el Estado debiera cubrir; a un sistema educativo que privilegia el nivel adquisitivo por sobre la formación integral de las personas; a un Estado que perdona a quienes más riqueza acumulan, pero castiga a quienes se endeudan para poder estudiar por un mínimo de 20 años; a un Estado que destina montos excesivos para financiar las pensiones de los militares y carabineros en lugar de mejorar, por ejemplo, las pensiones básicas solidarias. Por estas razones, el movimiento no puede ser inscrito en las luchas sociales y políticas contra un gobierno en particular, ni como parte de las movilizaciones que gatillan la memoria histórica de los últimos 30 años, sino más bien, como la expresión de la nueva conflictividad política y social que atraviesa transversalmente a las sociedades neoliberales occidentales, entre la sociedad civil, el mercado y el Estado. Por ello, el mundo observa cuál será el desenlace que estos trágicos acontecimientos tendrán en un país que, en palabras de su mandatario, se identificaba como el “oasis” del concierto latinoamericano.

¿Cómo se llegó a este momento coyuntural? La sociedad chilena sufrió en dictadura la imposición intensa, profunda y unidireccional del modelo de acumulación neoliberal, caracterizada por la mercantilización, despolitización y división, además de ser conservadora y profundamente desigual, individualista y mediática.El principio rector que configuró el orden social es la ley de la oferta y la demanda, los ciudadanos no habitan ni conviven en la polis -el espacio propio de la política- sino en el mercado: son ciudadanos consumidores, clientes, ciudadanos de Transbank, que se deben realizar y mover en el consumo y el crédito como mecanismo de integración a una sociedad de corte mercantil en la que no se habla de exclusión social, sino de integración mercantil diferenciada. En este contexto, se ha reforzado la tendencia al individualismo, a la búsqueda frenética de la diferencia con el otro, a la competitividad por el éxito individual que ha quebrado toda capacidad solidaria entre los ciudadanos, reforzando la tendencia a la privatización de la vida cotidiana. En definitiva, la sociedad chilena se construyó en las últimas décadas como una comunidad que ha vivido una exitosa revolución neoliberal modernizadora, que, iniciada en dictadura, en la actualidad ya no posee color político ni ideológico alguno, ya que ha sido perfeccionada, profundizada y articulada tanto por los gobiernos de la ex Concertación de Partidos por la Democracia, como por la actual Nueva Mayoría y Chile Vamos.

Sin embargo, esta moderna sociedad neoliberal genera múltiples problemas sociales, económicos, políticos y culturales, que los chilenos estamos evidenciando y que nos han llevado a esta coyuntura en nuestra historia reciente:

  • Según la Encuesta Casen 2017, 3 de cada 4 trabajadores gana menos de $500.000 (U$600/€620) líquidos al mes y, el 54,3% recibe menos de $350.000 (U$483/€434), en un país cuyo costo de vida se encuentra entre los más altos de Latinoamérica.
  • La privatización, mercantilización y municipalización de la educación pública en sus niveles universitario, secundario y básico, en función del denominado capitalismo académico o educativo, transformó a la educación en un rentable y lucrativo negocio para el capital privado. En este contexto, la calidad pasó a segundo o tercer plano, transformándose en un gran espejismo, en que los profesores y estudiantes simulan enseñar y aprender, siendo los más afectado los sectores medios y populares, en desmedro de aquellos que si pueden financiarse una mejor formación.
  • Por Decretos Ley del 4 y 13 de noviembre de 1980, se creó el sistema previsional chileno de capitalización individual (sistema previsional solo para la sociedad civil, ya que le mundo militar mantiene un sistema de cotización en base al sistema de reparto), basado en el aporte individual de los trabajadores de un 10% de sus remuneraciones a una cuenta personal en una AFP, que al final de la vida laboral activa, entrega pensiones insignificantes cercanas a los $151.000 (U$208/€187) valor muy inferior al sueldo mínimo en el país.
  • Situación socio económica diametralmente opuesta a la vivida por los parlamentarios del país, quienes mensualmente reciben $9.349.851 (U$12.905/€11.594), con asignaciones que equivalen al 100% de sus dietas.

La lista sigue y sigue: empleos miserables, atención de salud precaria, deuda universitaria, licencias médicas por depresión, informalidad laboral, delincuencia descontrolada, “perdonazos” por parte del ente fiscalizador tributario (SII), desidia de la clase gobernante, deslegitimación de la política, sobre endeudamiento, entre otros.

De este modo, la actual eclosión social que vive Chile responde a la maduración de la conflictividad propia de las sociedades neoliberales entre actores y sujetos que interactúan en el mercado. En este sentido, el sentir del pueblo chileno se trata de una acción colectiva de protesta dirigida tanto al Estado como al mercado. Los chilenos cansados de la desigualdad y desidia de sus autoridades descubrieron el poder político de la movilización masiva y como diría Gramsci, la grandiosidad del Estado y especialmente, las potencialidades políticas que tiene una democracia construida y delineada por todos y todas quienes componen esta larga, angosta y hermosa franja de tierra que llamamos Chile.

Es de esperar como chileno, que este movimiento social abra un enorme boquete social, político y cultural al interior de la sociedad neoliberal, convulsione y quiebre la “pax neoliberal” que por décadas nos ha mantenido sumisos y obedientes, naturalizando la desigualdad e inequidad.

Al momento del cierre de este artículo, cientos de miles de compatriotas se manifiestan en pleno toque de queda, con sus cacerolas, música de protesta y vítores contra la represión, el Estado autoritario y la respuesta miope que nuestras autoridades han dado al problema que estalló en sus caras.

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