No tienen pelos en la lengua, y si los tienen, son hojas de afeitar. Raspan, cortan. Cercenan palabras con solo abrir la boca.
Jair hubo un tiempo en el que pensó quizás que tenía alguna oportunidad de ganar. Lo cierto es que finalmente ganó.
No sin antes sentirse aupado por tergiversaciones y una desestabilización constante de su país. Y los errores funestos de unos; y el tiempo… Ese tiempo que siempre corre en contra de quien honestamente quiere construir «algo» que merezca la pena.
Jair se unió a esa «troope» internacional cuya meta, pareciera, la destrucción final del mundo. No ya porque, como en otras ocasiones, haya dirigentes centrados en eliminar, marginar, apartar a la mitad, más de la mitad, de la población de diferentes territorios; sino porque insisten y persisten en modelos y acciones que son, incluso, contraproducentes para sus promotores.
Bien, quizás, la conciencia intergeneracional sea contemplada solo por unos pocos, o unas pocas; o puede desgraciadamente que los proponentes estén en su conciencia hollywoodyense intergeneracional, más centrados en el establecimiento de colonias espaciales.
No seré yo quien niegue la investigación, pero me parece de una tremenda irresponsabilidad que una cultura humana que no ha sabido -o querido- mantener, proteger y cuidar el mundo en el que habita, decida «expropiar» otro planeta. Bien para dejar este mundo, ya inhabitable; bien porque, aun pudiendo vivir en este, se necesitan más recursos en el Meta-Mercado.
No parece que se trate del Discovery, y que alegremente nos vanagloriemos de nuevos hallazgos; sobre todo porque esta cultura humana hegemónica basa sus hallazgos en la materialidad económica del mismo. Y por tanto, en su continua abrasión. Tanto en el gasto presente de la investigación, como la inversión pretendida en un hoy que dará jugosos beneficios en el mañana; si el beneficio no es monetario o ciertamente traducido como tal, entonces la investigación o el hallazgo parecen no ser productivos. Parecen tener una importancia decididamente menor.
Así, los Jairs de la vida, nos enseñan una suerte de camino del no retorno, únicamente, y en cierta medida, frenable por la firmeza construible y constituyente de los territorios controlados por él y su verborrea.
Probablemente sea este siglo XXI el de la recomposición de los pueblos y la constitución de nuevas instituciones y nuevas territorialidades. Sin embargo, llama la atención que quienes presumen de patria, bandera, soberanía y largos etcéteras teñidos de casposidad, sean tan alegres en la venta de sus respectivos Estados-Nación. Obviamente lo dramático es que los fervientes patriotas que dan asilo político a estos funestos mandatarios, no se quieren dar cuenta. O no parece que se quieran dar cuenta.
Bolsonaro, como tantos otros, habla de, en su caso de «Brasil por encima de todo, y Dios por encima de todos», cediendo, al mismo tiempo, las llaves de la Ciudad al poderoso imperio cultural, político y económico de los EEUU. Al menos geopolíticamente hablando.
Resulta casi llamativo que sea la misma gente que declarándose partidaria de la vida, en las manifestaciones antiabortistas, por ejemplo estos días en la Argentina; sean igualmente los que condenan, con sus políticas, a millones de personas a la miseria, la migración forzosa y la indigencia más absolutas. Al fin de la vida, o al fin de una vida que merece o merezca ser vivida.
¡Vaya patriotismo de pacotilla! Ese que relega a «sus poblaciones» a los márgenes de unas sociedades profundamente desiguales y enfermas. Sociedades mundialmente conocidas. Sociedades ubicadas en los cuatro puntos cardinales de nuestro, sí, globo terráqueo.