Un reciente estudio publicado por el Observatorio Nacional de la Violencia contra las Mujeres y los Integrantes del Grupo Familiar[1] da cuenta de la preeminencia del control masculino con diferentes intensidades y alcances a la base de los feminicidios, que ya superan la media centena en lo que va del 2019 en el Perú. Este no es el único estudio de estas características, abundan los abordajes desde la academia global y los Estados que muestran la dominación machista, la masculinidad hegemónica, o el control de las mujeres por parte de los hombres en el plano sentimental y social, como los referentes principales de los feminicidios y la violencia de género. Sin embargo, dichos estudios solo dan cuenta de una parte del problema.
Ya para 2017, otro estudio del Observatorio de Feminicidios español señalaba[2]: “Frente a la idea generalizada – e impartida en universidades – de que la violencia de género implica una escalada (tensiones, agresiones verbales, físicas, falsa luna de miel y manipulación emocional…), existe un dato novedoso y desconcertante: en el 45% de los casos los hombres que asesinaron a sus parejas no tenían ningún antecedente violento conocido, entrarían dentro de un amplio grupo que podría calificarse como agresores “ocasionales” y, por tanto, impredecibles.”
En la misma línea, el experto forense en feminicidios Miguel Lorente[3] comentaba – también en 2017 – que, en el contexto del empoderamiento multinivel de la mujer los hombres se repliegan a “posiciones más conservadoras” y se consideran “perdidos e innecesarios”. Ellos no saben “gestionar cómo relacionarse con estas nuevas mujeres. Entonces, las mujeres buscan hombres que no existen y los hombres buscan mujeres que han dejado de existir” – acotaba el experto -. En tanto, una reciente estadística del Ministerio de Igualdad español[4] daba cuenta de 635 mujeres víctimas de feminicidio entre 2008 y 2018, de las cuales 116 mujeres fueron asesinadas cuando se encontraban en fase de separación, y 144 lo fueron por sus ex parejas, sumados ambos grupos (260), representan el 41% del total de casos.
Con estos últimos aportes y cifras los focos, para entender la pandemia feminicida deberían comenzar a apuntar en otra dirección. Solo con control y poder hegemónico no alcanza. Ex parejas cometiendo feminicidios, hombres buscando a mujeres que han dejado de existir, o feminicidas sin antecedentes violentos, no parecen evidenciar un control masculino fuerte o una masculinidad hegemónica que prevalece.
Pareciera que estamos buscando en lugares equivocados, estudiando, describiendo y explorando una masculinidad, un prototipo de agresor que está siendo trascendido, y relaciones sentimentales que van quedando atrás.
Si la emoción prevaleciente en el Occidente actual es el miedo[5], si las soberanías defendidas en los muros europeos y norteamericanos son solo un mero espectáculo y juego efectista, si la conciencia moral ha sido reemplazada por la reputación imaginística – esa que se construye en redes sociales, a través de las imágenes -, es poco probable que la masculinidad opere al margen de dichos rasgos. La línea vinculante entre política, autoridad, poder y masculinidad es inmemorial. Si lo público se emocionaliza, duda o se torna impredecible, la masculinidad corre la misma suerte. Una participación de las mujeres en la esfera pública cada vez más activa y protagónica, desestabiliza, pone en jaque, estremece desde los cimientos a su contraparte masculina. Cabe preguntarse ¿quién es ese macho que se siente afectado, qué características tiene, hay algún perfil que podemos ir elaborando?
Pues ese macho, ya no es el patriarca con sus amplios e incólumes dominios familiares, que incluían a la mujer como parte del menaje familiar. A ése lo conocemos bastante bien, pero es un espécimen en extinción.
Luego está aquel de la agencia machista violenta, reactiva frente al empoderamiento de la mujer, espantado por las liberaciones de toda índole propugnadas por los grupos de autoayuda o por las vivencias sexuales igualitarias. Ese macho fue motor y motivo de las primeras legislaciones de violencia familiar, y a él, contemporáneo de películas como “Annie Hall”, lo hemos estudiado a detalle. Pero ese macho ya no es el protagonista principal de nuestra época.
El de hoy, es un macho emocional hipermoderno emergente, y a él no lo estamos descifrando, no sabemos cómo siente, cuándo va a explotar, cuáles son sus fobias y miedos más profundos, no sabemos de su idolatría por la reputación, el espectáculo y las imágenes. Entenderlo a plenitud nos puede brindar nuevas pistas para buscar leer y anticipar a ese feminicida fantasmal que ataca matando, por las razones más insensatas que podamos imaginar: una discusión de pareja sobre priorizar un viaje o el trabajo, o porque la mujer que le atraía no lo quería como pareja, ejemplifican dicha insensatez. Vergüenza, culpa, ira, decepción, frustración, tristeza, confusión, desaliento, tensión, inseguridad, son solo algunas de las emociones que singularizan al macho emocional hipermoderno, experimentando las nuevas velocidades de los aparatos con los que convive y las nostalgias que se activan al calor de las imágenes que consume. Y esa no es una marca generacional particular, afecta transversalmente al joven barbudo sentimental o al adulto con síndrome de irritabilidad.
Creo que las herramientas de prevención de la violencia contra las mujeres deberían incorporar a y dialogar con los novísimos espacios de desarrollo de la masculinidad contemporánea: los barber shop, los encuentros de gamers, las distintas agencias religiosas, o los melodramas de alcance global – desde Netflix hasta Universal Channel, pasando por los youtubers al uso -, auténticos enclaves de la nueva modelación y educación sentimental.
La ansiedad, el nerviosismo, la consciencia de sí mismo, la verbalización de lo que siente y la reflexividad, son características de esa nueva masculinidad estándar – tributaria de la expansión global de las clases medias[6]- que suelta frases a desgaire como “dejemos que todo fluya” o “estoy deprimido”, incorporando decididamente el acervo terapéutico a su forma de sentir y estar en el mundo.
Para Yuval Noah Harari los estados occidentales se construyeron sobre la promesa explícita de no tolerar la violencia política dentro de sus fronteras, pero según él, eso no incluía la promesa de eliminar la violencia sexual[7]. Sin embargo, una sociedad cada vez más emocionalizada, sensibilizada, donde la víctima se vuelve protagonista a fuerza de no callar, sus heridas más internas, y donde el sufrimiento es señal de identidad, parece no sostener más dicho aserto. Si la actual sociedad líquida de Bauman no puede coexistir con una masculinidad sólida y controladora, es porque el ascenso de las emociones y el discurso terapéutico nos están transformando. Los nuevos consensos sociales han virado, hoy por hoy el trauma, las obligaciones psíquicas, el dolor interior, la ruptura de la identidad, la salud emocional, la violencia sexual, los conflictos interculturales, los feminicidios, son temas de la mayor relevancia. He allí lo que ahora no se puede tolerar, son las nuevas promesas de los Estados por honrar, en adelante.
[1] Ver: https://observatorioviolencia.pe/violencia-de-pareja-y-tipo-de-agresores/
[2] Ver: https://elpais.com/politica/2017/07/08/actualidad/1499533272_517542.html
[3] Ver: http://latfem.org/los-hombres-no-saben-como-relacionarse-con-estas-nuevas-mujeres/
[4] Ver: https://elpais.com/politica/2019/01/02/actualidad/1546454181_432183.html
[5] Ver: https://elpais.com/cultura/2017/11/10/actualidad/1510314721_613293.html
[6] ILLOUZ, Eva. La salvación de alma moderna: Terapia, emociones y la cultura de la autoayuda. Madrid: Katz. 2010. p. 281.
[7] HARARI, Yuval Noah. 21 lecciones para el Siglo XXI. Lima Debate. 2018. pp. 186-187.