Uno: La izquierda colombiana, liderada por Gustavo Petro, ha obtenido el mejor resultado de su historia en la primera vuelta electoral. Tanto es así, que en un contexto de alta participación para lo que representa Colombia (55%), el Pacto Histórico, que aglutina a todas las fuerzas progresistas del país, ha obtenido más de ocho millones y medio de votos. Un dato que supera incluso el resultado de la segunda vuelta electoral de los comicios presidenciales de 2018 y que consolida la máxima de que el otrora alcalde de Bogotá es el candidato por batir.
Dos: El uribismo consuma su particular proceso de decadencia. Desde 2010, tras dos presidencias consecutivas de Álvaro Uribe, el candidato que este designaba se garantizaba su presencia en la segunda vuelta electoral. Sin embargo, desde hace años la imagen del máximo valedor de la Política de Seguridad Democrática ha ido perdiendo enteros. La vitola de mesianismo del pasado ha dejado paso a una figura desdibujada por el exceso, el dogmatismo y la manipulación. A ello debe añadirse el descrédito de Iván Duque, sin agenda de gobierno en estos cuatro años y con índices de favorabilidad que hace sólo unos meses apenas llegaban al 25%.
Tres: Sergio Fajardo es el gran derrotado. Hace sólo cuatro años estuvo a punto de pasar a la segunda vuelta electoral, siendo finalmente superado, por un escaso margen, por Gustavo Petro. De haberlo logrado, dada la volatilidad electoral en su favor, al ocupar el espacio del moderantismo ideológico, posiblemente hubiera llegado a la presidencia de Colombia. Empero, su candidatura surgió de una coalición de nombres profundamente fracturada, con personalismos enfrentados, y que ha desarrollado una campaña gris, sin grandes propuestas, con una participación tibia en los debates, como si en ningún momento Fajardo se hubiera creído capaz de colarse en la segunda vuelta.
Cuatro: Rodolfo Hernández es la gran sorpresa. La intención de voto en los últimos meses ha sido más o menos estable, entre el 10 y el 12%. Su condición de outsider y valedor de la antipolítica frente al tradicionalismo elitista disfruta de una notable audiencia. Un caldo de cultivo superior al esperado, para un candidato que es una suerte de Donald Trump a la bumanguesa, que carece de programación de gobierno, que mantiene un discurso de simplismos reduccionistas al servicio de la demagogia, y que encuentra en las redes sociales -especialmente Twitter y TikTok.
Quinto: Se constata la liberación que ha supuesto el Acuerdo de Paz para la izquierda. Durante décadas, la pervivencia del conflicto armado hizo que buena parte del andamiaje político-partidista gravitase en torno al clivaje que alimentaba la violencia. Así, desmovilizadas las FARC-EP, la visibilidad y politización de otros aspectos de la agenda pública, como la educación, la salud, la vivienda o el empleo, han ganado enteros. Esto, agitando a la sociedad colombiana, motivando amplios escenarios de movilización y protesta, y construyendo la viabilidad, como alternativa, de una izquierda democrática que dirija las riendas del país.
Sexto: La cultura política colombiana es una suma de ingredientes que, de un modo u otro, igual que permiten entender el auge y la popularidad de Gustavo Petro, pueden ayudar a permitir entender que alguien como Hernández se cuele en la segunda vuelta. Aún en muchos lugares de Colombia prima una cultura política parroquial y conservadora, que el elitismo tradicionalista no ha sabido ni querido entender. Sus excesos en la patrimonialización del Estado, y la imagen de saqueo continuo, producto de una corrupción tan endémica como clientelar, abona un escenario idóneo para el discurso antiestablecimiento y anticorrupción que, demagógicamente, enarbola Hernández.
Séptimo: La coyuntura de la segunda vuelta juega a favor de Hernández. El uribismo y el propio Federico Gutiérrez ya han manifestado su adhesión a la candidatura del exalcalde de Bucaramanga. Todo, sin negociaciones ni peticiones previas, sabedores que cualquier posibilidad mejor que Petro es la única deseable para sus intereses. El uribismo, la maquinaria partidista del Partido Liberal, del Partido Conservador o de Cambio Radical, con gran anclaje territorial, irá a favor de Hernández, como igualmente lo hará la mayoría de un espectro mediático que sigue considerando a Petro la personación del bolivarismo en Colombia.
Octavo: Aunque para Gustavo Petro el candidato que mejor jugaba para sus intereses era Federico Gutiérrez, no todo está perdido. Desde luego, ha de evitar el discurso que figuras como Hernández motiva, en tanto que sus intervenciones concitan pulsión, improvisación, escasa viabilidad e insulto fácil. Frente a la demagogia antidemocrática las armas deben ser otras, como han evidenciado las campañas en el continente, desde Estados Unidos y hasta Brasil, pasando por El Salvador. Será importante atraer al voto de centro, al voto no movilizado en primera vuelta y priorizar los enclaves geográficos, mayormente periféricos, que junto a Bogotá han respaldado la agenda progresista y de paz, desde el año 2016.
Nueve: En los próximos días es de esperar que los expresidentes César Gaviria, Andrés Pastrana y Álvaro Uribe se posicionen con Rodolfo Hernández. Viendo la suma que resta que personifica Iván Duque, su presencia en la campaña, posiblemente, sea más taimada que en la primera vuelta, en donde se posicionó claramente del lado de Gutiérrez. Entre los expresidentes, Petro tiene el apoyo asegurado de Ernesto Samper, pero está por ver lo que hace Juan Manuel Santos. Es posible que un eventual respaldo de su parte, sumado al de otras figuras, como Sergio Fajardo, matice la proyección de Petro sobre parte del imaginario colectivo y atraiga al votante moderado que, inicialmente, en otras circunstancias, jamás votaría a Petro.
Diez: Desde luego, Colombia se juega mucho en estas elecciones, y no es una máxima recurrente. Tras cuatro años de inacción, desgobierno e involución en buena parte de los indicadores sociales o de seguridad, la llegada de Hernández a la presidencia ha de entenderse como una amenaza a la institucionalidad. Petro es el único que propone una agenda programática coherente con los retos de una Colombia que demanda, entre muchas otras cuestiones, mayor gasto público, mejor redistribución de los recursos y las oportunidades, mayores capacidades institucionales en el territorio y el retorno a una senda de la paz, por completo desdibujado tras la nefasta presidencia saliente de Iván Duque.