Chile vive momentos en crisis, pero en el buen sentido de la palabra: está cambiando, está mutando política y socialmente. Las pasadas elecciones del día 15 y 16 de mayo de 2021 fueron históricas para el país, al decidirse por vez primera quienes serán los integrantes que redactarán la nueva Constitución del país. Un momento marcado por su claro carácter republicano; otrora anómalo, incluso desde el propio nacimiento del Estado-nación chileno (siglo XIX). Desde el pasado octubre 2019, las movilizaciones sociales han precipitado con fuerza la Constitución de 1980, para dar pie a un nuevo horizonte social y político que fuera ilusionante y útil para cambiar la vida de la gente.
El hartazgo pone el listón bien alto, y la sociedad será exigente, sobre todo en materia de educación, sanidad y pensiones. Dicho hartazgo podríamos plantearlo como un arma que ha servido eficazmente para provocar los cambios que se consideraban urgentes, para que el presente chileno pudiera cambiar en un futuro a corto plazo. Lo que sucede es que dicha arma es de doble filo. ¿Por qué decimos esto? El hartazgo y la exigencia social están marcadas por la presión del día a día de las personas, acumulado tras años y años de sufrimiento y dificultades para salir adelante. Estudiantes endeudados, pacientes con dinero insuficiente para pagar sus tratamientos, o pensionistas que les cuesta llegar a fin o mediados de mes. Los ejemplos son múltiples y diversos, pero todos tienen el mismo pesar: la tortuosa lucha por intentar vivir en dignidad. Si el momento constituyente no llega a satisfacer a una gran masa de personas que, con razón, están hartas y que no pueden esperar más, el filo puede hacer daño al propio momento constituyente, es decir, a su futuro. Pero no por la gente enrabietada que justificadamente reclama una vida digna (faltaría más), sino por la existencia de grupos que tienen un conflicto de intereses con dicha enfervorecida mayoría social. Es por este motivo que hablaremos de un conflicto de futuros: del futuro que está por llegar (el potencial constituyente de 2021) y del futuro que no terminó de cuajar (Constitución de 1980).
El Golpe Militar de 1973 y la llegada de la Constitución de 1980 supuso para Chile un planteamiento prospectivo político, económico, social y cultural específicos. Dicha prospectiva (futuro) se planteó desde núcleos de pensamiento económicos y financieros como la Universidad Católica de Chile, o la Universidad de Chicago en Estados Unidos. Los que pensaron ese futuro dedicaron tiempo para ello, y se les facilitó el financiamiento y la voluntad política necesarias para llevar a cabo dicho futuro. Todo esto se puso en marcha gracias a la fuerza (Golpe del 73) y los conductos legales y constituyentes (Constitución de 1980). La unilinealidad de dicho futuro que, como decimos, planteaba una prospectiva a todos los niveles (política, social, económica, etc.), se sella en democracia, tras la breve Transición que existe entre los años 1988 y 1990. Fue una “Transición técnica” pensada bajo los criterios de dicha prospectiva, es decir, aquel futuro planteado por estos pensadores económicos y financieros que esbozaron un horizonte neoliberal para el país. La mirada social de aquel momento fue asumir mayoritariamente lo que tocaba: dar un voto de fe al momento transicional. Pero lo que no se leyó con claridad por ese entonces, fue que dicha Transición era para transitar de un proyecto prospectivo neoliberal (el experimento o “campo de pruebas” de la dictadura cívico-militar) a una democracia representativa neoliberal (normalización legal de la prospectiva). El futuro neoliberal chileno no se pudo anticipar, ni tampoco leer con la suficiente profundidad debido al shock social que supuso la propia dictadura. La gente deseaba salir de una dictadura a una democracia, y nada más.
Al fracasar ostensiblemente el futuro neoliberal tras el fragor social de la gente en la calle reclamando dignidad, el futuro parece haberse reiniciado, o al menos de momento. Vemos una pausa, un stand by político que nos ofrece la oportunidad de pensar históricamente el momento constituyente y, por extensión, el futuro que nunca nos han dejado pensar en libertad. ¿Por qué ha sucedido esto? El uso de la fuerza por parte del poder (político) y la instrumentalización de las desigualdades sociales y económicas han jugado, sin duda, un papel clave en la Historia político-institucional de Chile. Tras un siglo XIX oligárquico, el siglo XX chileno se disputó entre el querer ser y no poder: la lucha por un país verdaderamente independiente tanto en lo político (instituciones fuertes; desarrollo político) como en lo económico (industrialización; desarrollo económico). Aquí es donde volvemos al inicio de nuestro relato: el punto de inflexión de 1973-1980. Es ahí donde el “querer ser” (futuro) está claro, y no se colocan barreras para llevar a cabo un modelo de país de libre mercado y con altos índices de crecimiento económico (PIB). Aquel futuro solo se vio interrumpido por una negativa social mayoritaria hacia “el otro lado de la moneda” del asunto. Es ahí donde vemos un país que, a pesar de gozar de unos altos niveles de Producto Interior Bruto, padece igualmente de altos índices de GINI (desigualdad entre el que más gana y el que menos), una industria dependiente del capital financiero, un sector público débil, así como de un modelo de vida basado en el consumo y la deuda. Al ser todo esto incompatible con un modelo laboral frágil (pérdida o debilitamiento de derechos laborales), descompensado (la no correlación entre la oferta y la demanda de trabajo) y achacado por la temporalidad, el estallido social fue una auténtica fuerza de la naturaleza que lo hizo imparable.
Entonces, diremos que pensar históricamente el momento constituyente será vital para que logremos, al fin, pensar, esbozar y llevar a cabo en libertad un futuro digno de ser vivido. Pensar históricamente significa ligar y conjugar el pasado, con el presente y el futuro, es decir, preocupados por el presente (necesidad de diagnósticos políticos, sociales, etc.), viajamos al pasado (explorar antecedentes, estudiar causales, indagar experiencias pasadas, etc.) para pensar un futuro en libertad (imaginar nuevos relatos y narrativas; nuevos horizontes prospectivos; nuevas utopías). El trabajo del historiador en parte es ese, y podríamos decir que debemos socializar ese ethos profesional, de pensamiento y reflexión. El futuro que hoy rechazamos fue pensado por economistas y expertos en finanzas neoliberales. El futuro que hoy podríamos aceptar podría ser pensado históricamente, es decir, que preocupados por el presente somos conscientes de lo que hemos sufrido en el pasado y que, por esta razón, nos obsesiona la idea de conquistar un mejor futuro.
Finalmente, lo que pretendemos con nuestras palabras es simplemente prevenir a nuestros/as lectores/as de que, si no se piensa históricamente el momento constituyente, entendido este como una conquista social, pero también como una oportunidad histórica, lo que hoy nos hace ser exaltados quizás mañana no lo haga. Con esto seremos claros. Si no logramos identificar y distinguir con precisión las causas de las consecuencias, y de fijar con claridad nuestros objetivos en el largo plazo, la oportunidad que se ha conquistado quedará presa del cortoplacismo instaurado por aquellos economistas irresponsables, pero también por irresponsables medios de comunicación y grupos políticos. El amago, la distracción y la confusión son sus principales herramientas de trabajo.
En definitiva, debemos pensar que una sociedad que no piensa históricamente es frágil y presa fácil para los diferentes grupos de poder que, históricamente, han entendido que las instituciones les pertenecen, de que el futuro de un país debe ser construido de arriba hacia abajo. El hartazgo y la presión en la calle es y ha demostrado ser un arma letal para estos grupos de poder en la más reciente actualidad chilena. Su potencia se ha visto sujetada gracias al acertado diagnóstico mayoritario y transversal de leer el pasado en el corto y mediano plazo. Si a esto le sumamos la creencia colectiva de que todo puede cambiar, de que un futuro distinto es posible, es donde se produce la magia y, por ende, el cambio. Por lo tanto, si las características clave del hartazgo social, así como del momento constituyente se mantienen y aprenden a evolucionar, seguramente la sociedad chilena estará mejor preparada que en antaño.
El empoderamiento intelectual popular de pensar históricamente lo que sucede, será una de las claves para imaginar futuros en libertad que sean dignos de ser vividos (y pensados).