Gonzalo Andrés García Fernández (*)
Ricardo E. Reyes Soto (**)
La enseñanza de la Historia es sin duda una complicada tarea, entre otras cosas debido a que existe una gran cantidad de interpretaciones sobre lo que queremos enseñar. La Historia, a pesar de su apelativo en singular, es muy plural. Alberga multitud de visiones y percepciones sobre unos mismos hechos, fenómenos pasados, presentes o, incluso, que interpelan también al futuro. Advertiremos que los estudios históricos no corresponden a una visión axiomática del asado. Es decir, enseñar Historia, no equivale a conocer el pasado, sino a comprender interpretaciones sobre lo que se ha estudiado del pasado. De esta manera, enseñar o aprender Historia nunca será neutral, ya que la Historia no se corresponde al pasado. Entender el pasado es parte de la labor de los historiadores profesionales, como también lo es comprender el presente e imaginar futuros (utopías). Entonces, si enseñamos Historia y nuestra labor es comprender situaciones del pasado, tendremos que saber de antemano la pluralidad de visiones existentes al respecto (o debate y discusión historiográfica), así como de los consensos que han podido lograrse en el tiempo sobre los contenidos históricos (o intersubjetividad histórica).
El debate historiográfico sobre la Conquista de América que todavía perdura en la actualidad, supera las fronteras de cualquier universidad o escuela. A menudo apreciamos una agresiva denuncia o un ciego ensalzamiento alrededor de la Conquista de América según convenga. Dada esta situación un tanto dicotómica, un proceso histórico, como lo es la Conquista de América, guarda una polifonía interpretativa que hoy vemos verbalizada en políticos, asociaciones o manifestaciones de diferente índole o motivación ideológica.
Por una parte, vemos como algunos defienden que la Conquista de América fue un proceso civilizatorio que conllevó un gran beneficio para la región que hoy conocemos como Latinoamérica. Los que defienden esta postura, hablan de la existencia de un hermanamiento entre pueblos, potenciando las visiones positivas de la Conquista de América. Según estas visiones, denominadas “rosalegendarias”, la Conquista de América pudo haber sido dificultosa y dura en unos primeros momentos, pero que al final repercutió provechosamente a ambos lados del Atlántico. En coherencia con esta visión, “los españoles” fueron a América a evangelizar, edificar y culturizar a sociedades que carecían de la complejidad civilizatoria de Europa. Entonces, la Leyenda Rosa entroniza un tono condescendiente y paternalista a todo lo acaecido en estos momentos, ya que los “indígenas” pasarían a ser parte del mundo avanzado, de modernidad y progreso, gracias a la llegada de los españoles.
Por otra parte, se sitúan los que arguyen en contra de la Leyenda Rosa de la Conquista de América. Los que defienden esta postura, critican duramente todo lo que conllevó la Conquista a los pueblos y culturas que habitaban en América. Muchos denuncian el concepto indígena, ya que no son indios, sino mapuches, tlaxcaltecas, tojolabales, mixtecos, charrúas, tupíes, aymaras, incas y un largo etcétera. La reivindicación cultural, pero también intelectual de muchos de dichos pueblos pudo observarse, sobre todo, a partir de los años 90 en América, donde destacan textos como “Escucha Winka”, que apelan a una resignificación de las relaciones presentes y pasadas entre conquistados y conquistadores.
En la crítica de la Conquista de América, encontramos posiciones menos elaboradas y entroncadas en una visión unilineal de lo que este proceso histórico involucró. El concepto de genocidio o de matanza generalizada en la región es parte de estos argumentos en contra de las posturas rosalegendarias. A esta visión de la Conquista de América se le denominará como negrolegendarios (Leyenda Negra), ya que evoca una lectura negativa de todo lo acontecido durante este proceso histórico: colonización sangrienta, abusos de poder y aculturación forzosa. “Los españoles” bajo esta mirada serán los ejecutores de atroces eventos en la región. Más aún, España en los momentos posteriores y actuales sería heredera y cómplice de toda aquella violencia desmedida y descontrolada producida en momentos de la Conquista.
Lo que hoy sabemos muy bien, es que ambas lecturas son relatos que han bebido de las Historias Generales de la Nación, pensadas y elaboradas a partir del siglo XIX, momentos en los cuales emergieron los Estados-nación que hoy conocemos y se mantienen como estructuras políticas, sociales e identitarias. Los historiadores que redactaron aquellas Historias (cada nación tendrá la suya) tenían la misión de generar narrativas sobre el pasado de los recientes Estados nacionales. El fruto de ello fue la invención de la nación, como producto histórico, que evocaron fuertes sentimientos identitarios excluyentes, basados en la construcción de enemigos históricos.
En la actualidad también somos conocedores que los currículos y libros de texto de Historia se nutren de estas historias nacionales: de su carácter y objetivos. Las visiones dicotómicas de la Conquista de América también lo hacen, y con diferentes objetivos. Mientras que los negrolegendarios se victimizan y denuncian la Conquista de América, mitificando al mismo tiempo sus culturas originarias (mal llamados indígenas), los rosalegendarios atribuirán a este proceso histórico el notable mérito de la expansión del castellano, del progreso técnico, económico, político y cultural en América. Si bien es cierto, la escuela no es el único espacio donde se generan procesos de enseñanza-aprendizaje, no obstante, es una institución legitimada por el Estado que organiza y regula su sistema educativo, y que, en consecuencia, goza de cierto cariz de “oficialidad”. De ahí que sea pertinente conocer qué sucede en cuanto a esto en tal contexto y cómo puede esto llegar a afectar la conciencia intersubjetiva de la ciudadanía en formación.
Llegados aquí, cabría hacerse una pregunta: ¿se puede enseñar la Conquista de América de manera neutral? No, no se puede. La existencia de múltiples relatos y, con ello, de interpretaciones, lo hace imposible. Siendo así, ¿qué se podría hacer? Aquellos que tienen la responsabilidad de enseñar este proceso histórico, han de conocer el debate, las diferentes posturas, estén o no de acuerdo y, sobre todo, las diferentes complejidades que allí se produjeron para evitar la propagación de visiones reduccionistas y simplificadoras de este u otros momentos históricos. La historia, en ocasiones, nos obliga a repasar las sombras del pasado, un pasado a veces sucio, pero al que, sin embargo, hemos de interpelar de frente y en toda su amplitud. Es verdad, puede que sea un objetivo muy elevado y que requiere de un compromiso muy sacrificado, pero es un precio que es necesario pagar si se quiere forjar una ciudadanía capaz de interpretar la complejidad de manera compleja, alejándose de reduccionismos burdos e interesados.
En conclusión, no es posible enseñar la Conquista de América de manera neutral, pero no veamos esto como un problema, veámoslo como una oportunidad. La oportunidad de enseñar, de enriquecer, y de propiciar puentes para dialogar y llegar a acuerdos, algo que, en última instancia, es urgentemente necesario en nuestra cada vez más polarizada sociedad.
(*) Universidad Nacional Autónoma de México.
(**) Universidad Autónoma de Madrid.